viernes, 28 de noviembre de 2008

¿El relato recordado?

Desde luego, el inicio del relato (en una traducción de Víctor Gallego Ballestero) no casa con los recuerdos: trata de Pajom, un campesino que, satisfecho al principio con su situación, cambia cuando escucha una conversación entre su mujer y su cuñada, que le conduce a una conclusión.

¡La única pena es que disponemos de poca tierra! ¡Si tuviera toda la que quisiera, no tendría miedo de nadie, ni siquiera del diablo!

Las circunstancias, poco después, le permiten una oportunidad de cambiar:

Así fue como Pajom adquirió esa tierra (…) Y Pajom se convirtió en propietario (…) Cuando iba a arar sus campos o se quedaba mirando los sembrados y las praderas, su corazón exultaba de alegría

Y así “Pajom estaba muy satisfecho con su vida. Todo podría haber ido bien, pero los campesinos vecinos empezaron a hollar sus sembrados y sus prados. Les pidió por favor que no lo hicieran, pero no hubo manera (…) Al principio Pajom los echaba y perdonaba a los propietarios, pero luego perdió la paciencia y fue a quejarse al tribunal del distrito (…) ‘Hay que darles una lección’. Así pues, con la ayuda del tribunal, les dio una lección y luego otra; uno o dos campesinos fueron condenados a pagar una multa. Sus vecinos empezaron a cogerle ojeriza; volvieron a causar estragos en sus campos, esta vez a propósito (...) En definitiva, aunque Pajom tenía muchas más tierras, su posición era peor que antes

Pero se le presentó una segunda oportunidad para cambiar.
Un día en que se hallaba en casa llamó a la puerta un mujik que pasaba por la aldea (…) Poco a poco le contó que mucha gente se estaba estableciendo en aquellos lugares (…) ‘Un mujik pobre de solemnidad – añadió –, que llegó sin un céntimo en el bolsillo, ahora tiene seis caballos y dos vacas’.
Muy excitado, Pajom pensó: ‘(…) Aquí, con tantas apreturas, no hay quien viva. Pero antes es preciso que vaya a enterarme de todo en persona’
(…)
Una vez enterado de todo, Pajom regresó a su casa en otoño y (…) partió con su familia a esos nuevos lugares.
Una vez allí, (…) su situación era diez veces mejor. Había gran abundancia de pastos y de tierras de labor y podía tener todo el ganado que quisiese.
Al principio, mientras se ocupaba de la construcción de la casa y de todos los preparativos, estaba muy contento; pero una vez que se acostumbró, también esa tierra le pareció poca.
(…)
Vivió de ese modo por espacio de tres años (…) Vivía bien, pero le molestaba pagar cada año el arriendo de la tierra y tener que luchar por ella.


Y le llegó la tercera oportunidad.
Un día un comerciante de paso se detuvo en casa de Pajom para dar de comer a los caballos. (…) El comerciante le contó que venía de la lejana región de los bashkirios (…) Pajom le hizo más preguntas y el comerciante dijo: (…) ‘Se puede conseguir la tierra casi de balde’.
(…)
Pajom (…) confió la casa a su mujer y partió acompañado de un trabajador (…) todo era como había dicho el mercader.
(…)
El jefe los escuchó (…) y se puso a hablar con Pajom en ruso.
- Pues claro – dijo – Elige la que más te guste. Hay tierra de sobra.
(…)
- Os agradezco vuestras amables palabras – dijo –. Tenéis mucha tierra y yo sólo necesito una poca.
(…)
- ¿Y cual será el precio? – preguntó Pajom.
- Tenemos un solo precio: mil rublos por jornada.
Pajom no comprendió.
- ¿Qué clase de medida es una jornada? ¿Cuántas desiatinas tiene?
- Nosotros no sabemos contar de ese modo – dijo el jefe – Vendemos por jornadas. Toda la tierra que consigas recorrer en una jornada seá tuya, al precio de mil rublos.
Pajom se sorprendió.
- En un día entero se puede recorrer mucha tierra – dijo.
El jefe se echó a reir.
- ¡Toda será tuya! – dijo el jefe -. Pero con una condición: si antes del anochecer no has vuelto al punto de partida, perderás el dinero

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