domingo, 18 de enero de 2009

Ganar sin bajar del autobús

Desde hace un tiempo, en el ámbito deportivo se está extendiendo la frase de "ganar sin bajar del autobús" para expresar que uno de los equipos es tan superior al otro que es capaz de ganar el partido sin bajar siquiera del autobús que le lleva al estadio. Dadas las características de la frase, ésta es susceptible de ser utilizada en otros contextos, mostrando así la superioridad de un contrincante sobre el otro.

Hace ya varios años, yo sí tuve que acabar bajándome del autobús. Iba por la calle con mi hija, lo bastante pequeña entonces como para llevarla en un cochecito. Por ganar tiempo, decidí coger el autobús para acercarme a un sitio.

Pude subir sin mayores dificultades, ni técnicas ni administrativas, digamos. El problema vino cuando intenté sentarme. En los autobuses existen unos asientos que están reservados a personas que, en general, tienen limitadas sus capacidades de movimiento, no sólo por sí mismas, sino por otras circunstancias como son, en particular, el llevar niños pequeños.

Pues bien, todos los asientos del autobús estaban ocupados, y también los de este tipo. Por tal motivo, me mantuve de pie, sujetando el cochecito todo lo firme que podía, con mi hija en él.

Al cabo de un tiempo, el conductor se dio cuenta de ello, y me conmino a cumplir las normas establecidas que estipulaban que los cochecitos de bebé debían ir plegados. Le contesté que cuando estuviera ocupando el asiento a que tenía derecho, lo haría, pues era el caso que uno de estos asientos reservados lo ocupaba una persona en la que no concurrían ninguna de las circunstancias que le daban derecho preferente a estar ahí sentada.

El conductor insistió en que debían cumplirse las normas, sin darse cuenta, por mis respuestas, de que, al igual que la persona sentada, hacía olímpico desprecio de otras normas, tal vez porque lo contrario le supondría tener que enfrentarse con alguien de quien podía esperar contestación no sólo verbal.

De hecho, una señora me ofreció su asiento, que decliné, insistiéndole que no era el suyo el que yo necesitaba, sino aquél al que tenía derecho.

Al final, y dado que el conductor decidió parar el autobús y no reanudar la marcha hasta que yo cejara, y por no perjudicar al resto del pasaje, decidí bajar y continuar mi recorrido andando.

Lo incorrecto de mi actuación, está claro, fue no presentar la correspondiente denuncia contra el pasajero y el conductor permisivo/cómplice. Puede decirse que bajando del autobús es como perdí.

En cambio, quien no perdió, sino que, a través de todo lo que generó, hizo ganar, fue Rosa Parks, modista de Montgomery (Alabama), quien, especialmente cansada tras la jornada laboral del 1 de diciembre de 1955, decidió no ceder el asiento que ocupaba en el autobús a una persona, en aplicación de las leyes del estado. Era el caso que, para entendernos, Dª Rosa Sparks era negra y el otro pasajero era blanco.

Como consecuencia de ello, fue procesada, juzgada y condenada a una multa (se libró de la prisión preventiva gracias a que un testigo pagó la fianza). La multa acabó siendo de 10 dólares más cuatro de las costas. 14$ que supusieron que menos de un año después, en noviembre de 1956, la Corte Suprema declarara inconstitucionales las leyes racistas en el transporte.

Naturalmente, el caso no lo llevó a la Corte Suprema la señora Sparks sino otras personas, pero tal vez no hubiera sucedido nada si por ese cansado vigor, no se hubiera organizado un boicot a la compañía de autobuses (sin necesidad de quemar ninguno, simplemente, no usando el autobús), y si no hubiera coincidido que poco antes de estos sucesos, en 1954, hubiera llegado a Montgomery, para ser pastor de una iglesia baptista, un tal Martin Luther King, junior.

Este recién llegado consiguió dar notoriedad al caso, con el resultado visto, y a partir de ahí, siguió en una lucha por los derechos civiles, y consiguientemente, contra las leyes y costumbre racistas.

El 28 de agosto de 1963, culminando una de las muchas movilizaciones en que participó, en el Mall de Washington, tuvo un sueño.

Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño americano.
Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: «Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales»


Esta persona, este pasado jueves, día 15, ha cumplido 80 años, aunque su asesinato el 4 de abril de 1968 le ha impedido estar aquí para celebrarlo. En Estados Unidos se recuerda su figura, oficialmente, este lunes (casi todas las fiestas las tienen trasladadas a un lunes, creo que el inmediato siguiente).

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