lunes, 11 de mayo de 2009

Otro testigo del testigo

Hace tiempo comenté que estaba reorganizando mi biblioteca (y hago como que sigo en ello). Uno de los libros con que me encontré fue Santiago Carrillo. Crónica de un secretario general, de Fernando Claudín (1983), en la colección Documento de Editorial Planeta, un ejemplar de la segunda edición, de marzo de 1983 que compré aprovechando una oferta de varios por uno.

Como he dicho en alguna que otra ocasión, es raro el libro que, si lo tengo en las manos, no hojee un poco. Éste no fue una excepción, y nada más abrirlo, me topé con lo siguiente:

En la práctica concentra en sus manos, a partir de ese momento, las tareas de dirección política y de organización. Su proverbial capacidad de trabajo se emplea a fondo. El «método colectivo» de dirección funciona a tope: reuniones con el buró político, con el secretariado, con comisiones de trabajo, con cuadros llegados a España o en preparación para marchar allí. (…) Su vida se desenvuelve durante esos treinta años, día a día, con jornadas de trabajo que por lo general no bajaban de las catorce o dieciséis horas sin interrupción –salvo las vacaciones veraniegas–, según idéntico esquema: casa-coche-reunión, y viceversa. Vive en un mundo cerrado, de informes y de relaciones con sus colaboradores, salvo algunos raros contactos a partir de 1959 con personas de otros grupos políticos, o más bien grupúsculos, que de vez en cuando aparecían por París. Apenas tiene tiempo de estudiar a fondo los problemas, y además carece de una preparación teórica que le proporcione los instrumentos de análisis adecuados. Maneja bien los tópicos más corrientes del marxismo, o más exactamente de su versión estaliniana, el «marxismo-leninismo», pero ignora las nuevas corrientes críticas, o las condena a priori como desviaciones revisionistas.
(…)
Santiago no superará nunca las lagunas de su formación intelectual. En los momentos de mayor compenetración entre nosotros, después de la victoria sobre los «viejos» y antes del choque en torno a la cuestión del estalinismo, comentando la gran responsabilidad que recaía sobre él como dirigente máximo del partido aunque no tuviera aún el título de secretario general –pero era, evidentemente, cuestión de poco tiempo– le sugerí la conveniencia de que delegara algunas de sus ocupaciones, y durante un período dedicara el máximo de tiempo a estudiar y colmar sus carencias teóricas. Santiago convenía en la necesidad de hacerlo, pero nunca lo haría. Tenía que controlarlo todo, hasta en el detalle. Temía que se le escaparan de las manos parcelas de poder. La desconfianza en aquello que no controlaba directamente era en él como una segunda naturaleza. Y todo con la mejor buena conciencia de que así correspondía abnegadamente a la responsabilidad que el partido le confiaba. Por consiguiente, siguió actuando como antes, pero con más poder.
(…)
Para cumplir con las dos funciones elementales del político: analizar la realidad y definir la política capaz de influir sobre ella en el sentido deseado, Carrillo confiaba sobre todo en su intuición y en su experiencia empírica. Deseos, esperanzas, ilusiones y prejuicios campaban así por sus respetos. Podía acertar o equivocarse, pero en ambos casos el rigor, el esfuerzo de aproximación científica, de objetividad, brillaban por su ausencia. Un subjetivismo incontrolado presidía permanente su discurso político.


[del Capítulo II La ininterrumpida ascensión de Santiago Carrillo. Apartado 4. Conquista de la secretaría general.]

Esta actividad, aunque no de la misma manera, la reconoció el testigo cuando la presentación del documental en el Festival de Málaga, según recogía en su artículo para El País, Sergio Mellado: “Si tengo algún mérito es haber vivido tantos años y haber participado activamente en muchos episodios de la vida de España”.

Como ya hemos dicho, el documental fue estrenado este pasado viernes, y presentado el miércoles, según recoge Gregorio Belinchón para El País. Del artículo es la foto que nos acompaña, obra de Luis Sevillano, con los dos protagonistas del documental.

En el artículo se refleja que esa actividad persiste: “Yo no he dejado atrás la emoción. Me sigo apasionando como cuando tenía 19 años. Tengo una gran curiosidad por el presente y el futuro.

Curiosamente, no tiene curiosidad por el pasado. Será que lo conoce muy bien.

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