lunes, 22 de junio de 2009

… incluso hay margen para suposiciones

Usted sabe, por supuesto, que el teorema de Fermat no es más que una generalización del problema de las ternas pitagóricas, el secreto mejor guardado de la secta” (pág. 143)

– ¿Qué pasa en Cambridge mañana? – Lorna había regresado y traía otras tres cervezas, que distribuyó sobre la mesa.
– Me temo que tiene que ver con uno de los libros que le presté yo mismo al inspector Petersen. Un libro con una versión bastante fantástica sobre la historia del teorema de Fermat. Es el problema abierto más antiguo de la matemática – le dijo a Lorna –: hace más de trescientos años que los matemáticos luchan contra él y posiblemnte mañana en Cambridge logren por primera vez demostrarlo. En el libro se rastrea el origen de la conjetura a las ternas pitagóricas, uno de los secretos de la primera época de la secta, antes del incendio, cuando todavía, como dijo Lavand, no se había separado la magia de la matemática. Los pitagóricos consideraban a las propiedades y relaciones numéricas como la cifra secreta de una divinidad, que no debía divulgarse fuera de la secta. Podían difundirse los enunciados de los teoremas, para el uso en la vida diaria, pero jamás su demostración, de la misma manera que los magos se juramentan para no revelar sus trucos. El castigo para quien infringía la regla era la muerte. El libro sostiene que el propio Fermat pertenecía a una logia más moderna, pero no menos estricta, de pitagóricos. Había anunciado en la famosa anotación en el margen de la Aritmética de Diofantes que tenía una demostración de su conjetura, pero después de su muerte ni ésa ni ninguna otra de sus demostraciones pudo ser encontrada entre sus papeles. Aunque lo que supongo que alarmó a Petersen son algunas muertes curiosas que rodean la historia del teorema. (…).
– Entonces, en ese caso los crímenes serían…
– Una advertencia – dijo Seldon –. Una advertencia al mundo de los matemáticos. La conspiración que imagina el libro, ya se lo dije a Petersen, me parece a mí una suma ingeniosa de disparates. Pero hay algo que de todos modos me preocupa: Andrew Wiles trabajó en absoluto secreto durante los últimos siete años. (…) Si algo llegara a ocurrirle a Andrew – dijo, y su cara volvió a ensombrecerse–, nunca me lo perdonaría
” (pp. 182-183)

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