viernes, 3 de julio de 2009

Cartas al más acá

Aunque el libro lo inicié en el tren, en este último viaje de ida a Madrid (el viaje de vuelta me lo pasé meditando profundamente), lo he finalizado coincidiendo con el final de este mes de junio.

Estoy hablando de El fantasma de Anna Grom, primera novela de Maria Ribakova, editada por Lengua de Trapo, como número 24 de su colección Otras Lenguas, según traducción del ruso de Olga Batsiukova y Virginia Rodríguez Cerdá, trabajo que ha sido reconocido con los “honores” de figurar en la portada del libro, al menos, en esta primera edición de junio de 2004.

La novela es en realidad un epistolario de una muchacha a un profesor/amigo/amante. Los títulos de los capítulos se corresponden con el orden de los días transcurridos desde cierto momento importante en la vida de ella, aunque no tenemos que esperar mucho para tener una cierta idea sobre el mismo: sólo empezar a leer:

Tres días después.

Querido Wilamowitz:
Tú estás vivo; yo, muerta. Tú, que dedicas el tiempo al estudio de las lenguas muertas, tal vez puedas encontrarme interesante ahora que estoy muerta. Libros escritos dos mil años atrás acaparan tu atención: sus autores murieron hace mucho tiempo y yo, sin embargo, hace muy poco, pero, quizá, como nos conocimos en vida puedas disculpar la brevedad de este lapso y leer mis cartas. Nuestra última conversacióin se interrumpió de golpe porque yo tuve que marcharme. Pienso que hay que terminarla, ya que nunca más tendremos oportunidad de vernos. Por eso he decidido escribirte. No vas a poder contestarme, ni tampoco querrás hacerlo.


La muchacha es una rusa, emigrante en Berlín, de orígenes judíos. Como se dice en la reseña de la contraportada “se vislumbran los perfiles de Berlín, una ciudad que es vieja y es nueva, poblada por jóvenes que quieren aprender a vivir en un mundo sin asideros, pero sin conseguir deshacerse del peso de la Historia, que perdura escrita en muros invisbles”. De hecho, son continuas las referencias, inmediatas en el tiempo, a los distintos barrios de la ciudad, distinguiendo si se trata de la zona occidental o de la oriental. Y también hay alguna que otra referencia al Berlín de hace setenta años.

Aunque se trata de cartas, en muchos casos la redacción es más informal, el ritmo es menos “escrito” y más verbal, lo que a veces despista, dificultando la comprensión; hay, entonces, que retroceder y leer “escuchando”. Como también se dice en la antedicha reseña “renueva el género epistolar cargándolo de frescura, de belleza y de precisión, desde una perspectiva insólitamente fantástica que logra, como muy pocas veces la fantasía, acercarnos a la vida íntima de unos personajes cercanos y vitales, sin rumbo en el corazón de una Europa que no encuentra su identidad”. Se trata, pues, de “una obra en la que conviven armoniosamente el realismo y la fantasía, la lucidez y el humor, la penetración psicológica y la vida con todas sus estridencias.

Bueno, después de copiar todo esto que, reconozco, sería incapaz de inventármelo, sólo cabe decir que la novela me gustó.

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