sábado, 18 de julio de 2009

Hoy hace...

…casi tres meses que compré Relatos de Kolimá. Volumen I, de Varlam Shalámov, según traducción de Ricardo San Vicente, editado por Minúscula como número 20 de su colección Paisajes narrados (primera edición, de octubre de 2007).

La portada ilustra el primer relato de la obra: “Por la nieve”:
¿Cómo se abre camino en la nieve virgen? Un hombre echa a andar, suda y blasfema, avanza sin apenas poder mover los pies, hundiéndose a cada instante en la esponjosa y profunda nieve. El hombre se marcha lejos, marcando su camino con irregulares hoyos negros. Se cansa, se acuesta en la nieve, enciende un pitillo, y el humo de la majorka se extiende en una nube azulada sobre la nieve blanca y brillante. El hombre ya se ha marchado lejos, pero la nube sigue suspendida en el lugar en que se había detenido a descansar: el aire es casi inmóvil. Los caminos se abren siempre en los días de calma, para que los vientos no barran los trabajos de los hombres. El hombre se marca sus propios puntos de orientación en la infinitud nevada: una roca, un árbol alto. El hombre guía su propio cuerpo por la nieve del mismo modo que un timonel dirige la barca por el río de un saliente a otro.
Tras el angosto e inseguro rastro trazado se mueven cinco o seis hombres pegados el uno al otro, hombro con hombro. Pisan junto a la huella, pero no en ella. Al llegar a un lugar señalado de antemano regresan, y de nuevo caminan de manera que se aplaste la virgen superficie nevada, el espacio aún no hollado por pie humano alguno.
El camino está abierto. Por él puede ir gente, convoyes de trineos, tractores.
Si se sigue tras los pasos del primer hombre, huella a huella, se formará un sendero visible pero difícilmente transitable y estrecho: una trocha y no un camino, lleno de hoyos por los cuales es más difícil avanzar que por la nieve virgen.
El trabajo más duro es para el primero, y cuando a este se le agotan las fuerzas, lo reemplaza otro, de aquel mismo quinteto de cabeza. De entre los que siguen los pasos del primero, cada uno de ellos, incluso el más pequeño, el más débil, debe pisar un pedazo del manto nevado y no alguna otra huella.
Y sobre los tractores y a caballo no viajan los escritores, sino los lectores.


Hace 73 años, no; pero en julio de 1938, el autor ya llevaba desde al año anterior en Siberia, en concreto, en la tristemente famosa región de Kolimá. “Disfrutaba” de una de las ventajas del comunismo, por segunda vez en su vida (la primera, fue entre 1929 y 1932). La estancia duró hasta 1942, pero hubo quien, “caritativo y compadecido”, decidió que había “disfrutado” poco de las ventajas, y en 1943 le “premiaron” con diez años más.

En esa zona, como se puede ver en el mapa, se localizaron bastantes lugares donde Papaíto Stalin, preocupado por conciudadanos suyos, los reunía hasta que éstos se ‘recuperaban’.

Llegó a estar tan preocupado, y por tantos ciudadanos, que tuvo que disponer de muchos, muchos, muchos lugares similares, del uno al otro confín de toda la C.C.C.P.

Aun con las prevenciones normales respecto de la Wikipedia, pongo el enlace correspondiente, en inglés, claro. A través del segundo enlace relacionado al final del artículo, se obtiene el mapa del conjunto de los campos del GULAG en la URSS, y sobre éste, el de cada zona, en particular, Kolimá.

Y hace, sí, 73 años, en el otro extremo de Europa había quien consideraba todo esto como positivo, y lo estaba poniendo en práctica. Lo triste no, lo malo, es que todavía hoy lo consideren, y lo tengan a gala, tal vez no explícitamente (tal vez no se atrevan), pero sí en el fondo, al fin y al cabo siguen llamándose ‘socialistas’, ‘comunistas’, ‘rojos’.

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