domingo, 12 de julio de 2009

... pasando por una roca (los dioses...

Al final de una carta fechada en Weimar el 10 de julio de 1855, Franz Liszt se despedía de Wagner en estos términos: “Adiós, querido Ricardo; ponte a la obra y trabaja en tu Walkyria. Ve por las montañas, crea y llena todo el cielo de música.” (op.cit., pág. 77)

Al poco, Wagner le contestaba: “Quisiera de buena gana presentarte la Walkyria lo más adelantada que sea posible; por lo tanto, teniendo en cuenta esta razón, vendría bien que aplazaras tu visita tan vivamente deseada por mí. Pero en el estado en que me encuentro no tengo gran esperanza de activar mi trabajo y ganar tiempo. Estoy triste hasta más allá de toda expresión posible; a menudo fijo los ojos sobre mi papel de música durante días enteros sin encontrar un recuerdo, sin memoria, sin gusto ninguno para mi trabajo.” Y en seguida, le decía en otra carta: “El término de esta obra [la Walkyria] (la más trágica que he concebido jamás) me costará muchos esfuerzos (…) Espero que los dos primeros actos, borrador y copia, serán terminados para fin de octubre, y la totalidad en Navidad” (op.cit., pp.80-81 y 84)

No hubo que esperar tanto. La carta fechada el 3 de octubre de 1855 comenzaba así: “Querido Franz: Hoy te envío, ¡al fin!, los dos primeros actos de la Walkyria, terminados; es para mí una profunda satisfacción el pensar que estarán pronto en tu poder, porque nadie se interesa tanto como tú en mis trabajos.” Y justo a continuación, en cierta manera, la explicación del ‘bloqueo’ anterior: “El segundo acto, que está muy recargado, me preocupa mucho; encierra tan importantes y terribles catástrofes que su materia sería suficiente, de hecho, para componer dos actos; pero están tan subordinadas, la una a la otra, y la una arrastra a la otra de una manera tan inmediata que sería absolutamente imposible separarlas. Si este acto es ejecutado en todo como yo quisiera, producirá ciertamente, si cada una de mis intenciones es comprendida del todo, una tal emoción como jamás se ha experimentado en el teatro.” (op.cit., pág. 87)

¡Cómo llevarle la contraria al autor! “En este acto presenciamos las catástrofes más decisivas de la Tetralogía. El mundo de los dioses aparece aquí junto con el de los hombres, simolizando los principios que rigen á las criaturas” (E.L.Ch. op.cit., pág. 128; asimismo, se reproduce parte de las cartas anteriores en pp- 137-138)

Y es que el problema no es para menos:
Wotan, que en su día (es decir, en El Oro del Rhin) engañó a Alberich para conseguir el anillo que éste había conseguido forjar con el oro robado a la ninfas del Rhin gracias a haber maldecido el amor, lo entregó a su vez a los gigantes como pago por la construcción del Valhalla. Sabe por una profecía que ese anillo será el causante del final de los dioses, a través de un hijo de Alberich. Su angustia es que debe recuperar el anillo, pero llegó a un pacto con los gigantes y no puede robárselo a ellos. Por eso engendró a los Wälsungos, para que un héroe recuperara para él el anillo.

En el preámbulo, la música nos muestra, nuevamente, una huida, ahora, la de los dos Wälsungos, perseguidos por Hunding, pasando a iniciarse el Acto II con Wotan instruyendo a Brünnhilde, su hija preferida, para que, por todo lo ya explicado, ayude a Siegmund. Brünnhilde, alegre con su misión, nos introduce el tema de las valquirias, con su rítmico canto “Ho-jo-to-ho”, con el que se despide tras anunciar a su padre que la esposa de éste, Fricka, se acerca (“Complacida te dejo en tal aprieto” le dice).

Wotan, “al consentir la unión de Siegmund y Sieglinda, tan sólo se fijó en que obedecían éstos á la ley fundamental de la vida, al amor, siquier rompieran las leyes convencionales” (E.L.Ch. op.cit., pág.131). Fricka, diosa protectora del matrimonio, le recrimina su apoyo a estos amores adúlteros, pero, sobre todo, le hace ver que su apoyo a Siegmund lo convierte en una extensión del propio Wotan, y como tal, no puede recuperar el anillo pues violaría el pacto. Un Wotan desanimado y contrariado le acaba concediendo la promesa de que ni él ni Brünnhilde (quien acaba de regresar) ayudarán a Siegmund en el combate. Fricka se va, satisfecha (“Temo que mal / haya terminado la disputa,/ cuando su solución alegró a Fricka”, es la forma como saluda Brünnhilde a su padre)

Wotan le cuenta a Brünnhilde todo lo que ya sabemos (lo sucedido en El Oro del Rhin y en la elipsis de tiempo entre ésta ópera y La Valquiria), en un discurso que en numerosos momentos se convierte en soliloquio. “No es sino natural que Wagner se sirviera en alta medida de sus leitmotive, ricos en referencias, en este monólogo que rompe las medidas usuales.” (K.P. op.cit., pág. 152)

Hay dos grandes momentos dramáticos en el monólogo:
- cuando reconoce que está obligado a los pactos: “Éstos son los lazos / que me atan: / yo, que soy señor por los pactos, / soy de los pactos esclavo
- y cuando se manifiesta cansado, agotado: “Concluida está mi obra; / tan sólo ahora ansío / el fin; / ¡el fin!

Resignado, manteniendo firme en su mano la lanza que simboliza la fidelidad a los pactos, da la orden a Brünnhilde de que no ayude a Siegmund, a lo que ella se niega, originando el consiguiente enfado de su padre: “Por ello te aconsejo, / que no me contradigas. / Cumple lo que te ordeno: / ¡Que caiga Siegmund! / Tal debe ser la misión de la Valquiria.

Tras lo cual, se va, dejando sola a Brünnhilde, la Valquiria.

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