lunes, 2 de noviembre de 2009

Y los pecadores volverán a ti

Hace un año (y dos días) caragüevo comentó el catálogo de la exposición realizada sobre Luca Giordano con motivo de la reapertura del Casón del Buen Retiro. Hace algo más de cuatro meses comenté por mi parte, la visita que hicimos al referido Casón, pudiendo apreciar la bóveda del mismo, pintada por Luca Giordano.

Entre las numerosísimas obras que el Museo del Prado no tiene capacidad de exponer, se encuentra una obra de Luca Giordano titulada Bethsabé en el baño. El cuadro ilustra un episodio del Antiguo Testamento, en concreto, el momento narrado en el Segundo libro de Samuel, en el segundo versículo de su capítulo 11:

Un atardecer se levantó David de su lecho y se paseaba por el terrado de la casa del rey cuando vio desde lo alto del terrado a una mujer que se estaba bañando. Era una mujer muy hermosa”. Resumiendo, en la versión de la Vulgata: “erat autem mulier pulchra valde”.

El caso es que pasó lo que pasó, y la buena de Bethsabé “mittensque nuntiavit David, et ait: Concepi” (lo que, sólo fijándonos en la última palabra, se entiende muy bien).

David, aun Rey, era hombre de recursos, y procedió a despachar a Urías, esposo de Bethsabé: le dio una carta o despacho para presentar ante el general que mandaba el ejército que tenía sitiada la ciudad amonita de Rabá (escena gentileza de Pieter Lastman, en el Mauritshuis de La Haya). Lo que decía el despacho, fácil es de imaginar. Y así fue: “los arqueros tiraron contra tus veteranos desde lo alto de la muralla y murieron algunos de los veteranos del rey. También murió tu siervo Urías, el hitita”.

El capítulo 11 concluye tajante: “Aquella acción que David había hecho desagradó a Yavhé”. Y se lo hizo saber, en esta ocasión, a través de Nathán: “¿Por qué has menospreciado a Yavhé haciendo lo que le parece mal?”, y le profetiza diversos castigos. David muestra su arrepentimiento, y obtiene de Yavhé, por boca de Nathán, una cierta permuta en el castigo. “Et reversus est Nathan in domun suam”.

En el Segundo Libro de Samuel el arrepentimiento de David se narra muy brevemente: “Et dixit David ad Nathan: Peccavi Domino”, pero el mismo David se extiende bastante más en los Salmos, en particular en el 50/51 (según se numeren):

Misesere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam
et secundum multitudinem miserationum tuarum, dele iniquitatem meam...


Este salmo, con el tiempo, fue introducido en la liturgia cristiana, en forma de oración cantada, conocida, lógicamente, como “Miserere”.

Hay muchas versiones del Miserere (siendo muy conocido el de Gregorio Allegri), pero el más famoso es el de la montaña, Miserere que no ha oído nadie,… nadie salvo el músico que nos refirió Gustavo Adolfo Bécquer, cuya transcripción hojeó en la “célebre abadía de Fitero”:

Consecuente con mi manía, repasé los cuadernos, y lo primero que me llamó la atención fué que aunque en la última página había esta palabra latina tan vulgar en todas las obras, finis, la verdad era que el Miserere no estaba terminado, porque la música no alcanzaba sino hasta el décimo versículo.

–¿Sabéis qué es esto? –pregunté a un viejecito que me acompañaba, al acabar de medio traducir estos renglones, que parecían frases escritas por un loco.
El anciano me contó entonces la leyenda que voy a referiros
”, y que Carlos Jiménez adaptó e ilustró en diciembre de 1970 con motivo del centenario de la muerte del poeta, publicándose en el número 8, del 15 de febrero de 1971, de la revista Trinca.



En el derruido templo no había campana ni reloj, ni torre ya siquiera.
Aún no había expirado, debilitándose de eco en eco, la última campanada; todavía se escuchaba su vibración temblando en el aire, cuando los doseles de granito que cobijaban las esculturas, las gradas de mármol de los altares, los sillares de las ojivas, los calados antepechos del coro, los festones de tréboles de las cornisas, los negros machones de los muros, el pavimento, las bóvedas, la iglesia entera, comenzó a iluminarse espontáneamente sin que se viese una antorcha, un cirio o una lámpara que derramase aquella insólita claridad. (…) Las piedras se reunieron a las piedras. (…)
Una vez reedificado el templo, comenzó a oírse un acorde lejano que pudiera confundirse con el zumbido del aire, pero que era un conjunto de voces lejanas y graves, que parecían salir del seno de la tierra e irse elevando poco a poco, haciéndose cada vez más perceptible.
El osado peregrino (…) se inclinó al borde del abismo (…) y sus cabellos se erizaron de horror.
Mal envueltos en los girones de sus hábitos, caladas las capuchas, bajo los pliegues de las cuales contrastaban con sus descarnadas mandíbulas los blancos dientes, las oscuras cavidades de los ojos de sus calaveras, vió los esqueletos de los monjes que fueron arrojados desde el pretil de la iglesia a aquel precipicio, salir del fondo de las aguas, y agarrándose con los largos dedos de sus manos de hueso a las grietas de las peñas, trepar por ellas hasta tocar el borde, diciendo con voz baja y sepulcral, pero con una desagarradora expresión de dolor el primer versículo del salmo de David:
¡Miserere mei, Domine, secundum magnam misericordiam tuam!

Cuando los monjes llegaron al peristilo del templo, se ordenaron en dos hileras, y penetrando en él fueron a arrodillarse en el coro, donde con voz más levantada y solemne prosiguieron entonando los versículos del salmo.


La música sonaba al compás de sus voces: aquella música era el rumor distante del trueno, que, desvanecida la tempestad, se alejaba murmurando; era el zumbido del aire que gemía en la concavidad del monte; era el monótono ruido de la cascada que caía sobre las rocas, y la gota de agua que se filtraba, y el grito del buho escondido, y el roce de los reptiles inquietos. Todo esto era la música, y algo más que no puede explicarse ni apenas concebirse, algo más que parecía como el eco de un órgano que acompañaba los versículos del gigante himno de contrición de Rey Salmista, con notas y acordes tan gigantes como sus palabras terribles.


Prosiguió el canto, ora tristísimo y profundo, ora semejante a un rayo de sol que rompe la nube oscura de una tempestad, haciendo suceder a un relámpago de terror otro relámpago de júbilo, hasta que merced a una transformación súbita, la iglesia resplandeció bañada en luz celeste; las osamentas de los monjes se vistieron de sus carnes; una aureola luminosa brilló en derredor de sus frentes; se rompió la cúpula, y a través de ella se vió el cielo como un océano de lumbre abierto a la mirada de los justos.
Los serafines, los arcángeles, los ángeles y las jerarquías acompañaban con un himno de gloria este versículo, que subía entonces al Trono del Señor como una tromba armónica, como una gigantesca espiral de sonoro incienso:
Auditu meo dabis gaudium et laetitium, et texultabunt ossa humiliata.

En este punto la claridad deslumbradora cegó los ojos del romero, sus sienes latieron con violencia, zumbaron sus oídos y cayó sin conocimiento por tierra, y nada más oyó.


Cuando el viejecito concluyó de contarme esta historia, no pude menos de volver otra vez los ojos al empolvado y antiguo manuscrito del Miserere que aún estaba abierto sobre una de las mesas.
In peccatis concepit me mater mea.

Estas eran las palabras de la página que tenía ante mi vista, y que parecían mofarse de mí con sus notas, sus llaves y sus garabatos ininteligles para los legos en la música.
Por haberlas podido leer hubiera dado un mundo.
¿Quién sabe si no serán una locura?


Finis.

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El otro día recibí un ejemplar que había adquirido a través de Iberlibro, de Letras. Revista literaria popular, editada en Zaragoza, con fecha del 31 de octubre de 1940. En este ejemplar, al hilo de la noche de ánimas, se recoge el texto de la leyenda El Miserere (aunque se desarrolla en la noche del Jueves Santo), ilustrada por Duce, de donde se han tomado los dibujos y los textos de la leyenda.

1 comentario:

  1. ¡Me encanta Bécquer! Es lo que tiene el dejarse llevar por los hermanos mayores: unos te aficionan a Trinca y otros a Bécquer. Al final, sale una completita :-).

    Interesante anotación, como todas :-).

    Saludos.

    S. Cid

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