domingo, 6 de diciembre de 2009

Lo pasado,... ¿presente?

Este último día de San José, esposo de la Virgen, comenté que la temporada de ópera anterior (la 2007-08) me había acercado a Madrid a ver dos óperas, una de ellas, en particular, Fidelio. En este caso, por problemas de agenda, fuimos a verla el mismo día del estreno, y parte de lo que vimos, lo dejé comentado. Ahora toca comentar otra cosa.

Fidelio desarrolla un episodio de lucha contra la tiranía y por la libertad. El protagonista es Fidelio, quien se encuentra prisionero de la tiranía. Y quien lucha por la libertad, en general, y en particular en la personificación de Fidelio, es su esposa, Leonora. De hecho, durante la atribulada génesis y elaboración de la ópera, Beethoven, hasta el último momento, la intituló Leonora.

Podría decirse que es otro ejemplo de la fama y la lana: en este caso, quien tiene la buena fama es Fidelio, pero quien se trabaja duramente la libertad es Leonora. El clásico binomio hombre-mujer.

Al finalizar la representación nos encaminamos mi hermano y yo hacia las escaleras donde, a la altura del primer piso, creo recordar, coincidimos con el señor Alcalde de Madrid; el resto del recorrido por las escaleras hasta salir del Teatro Real, nos mantuvimos sensiblemente cabe él. A partir de ahí, nos separamos un poco, aunque mantuvimos la coincidencia del recorrido durante la plaza y un cierto tramo de la calle del Arenal. Ignoramos si él tuvo algún tipo de esperanza, pero el caso es que nadie se le acercó a saludarlo,… en su propia ciudad (por el contrario, puedo decir que cuando he visto a la Alcaldesa de Valencia en algún acto en la calle es porque estaba muy cerca de ella; en caso contrario, es prácticamente imposible por toda la gente que se le acerca a saludarla).

Esta escena, en la que el señor Alcalde parecía como “transparente” para sus conciudadanos, me vino al recuerdo cuando hace un par de semanas leí la noticia de que “Gallardón elogia la «mirada transparente» de Zapatero”.

En cambio, no resultó transparente lo sucedido en el Palacio de Telecomunicaciones de Madrid, ahora nueva sede central del Ayuntamiento, a las tres de la tarde de cierto 14 de abril. Nos lo cuenta Josep Pla, en su obra, ya conocida por aquí, L’adveniment de la Republica (edición de 1933 de la Biblioteca catalana d’autors independents):

A les tres en punt de la tarda, els pocs curiosos que passen per la Cibeles observen, amb astorament, que una bandera puja pel pal del Palau de Comunicacions. Es una bandera republicana. La notícia corre com una exhalació i una riuada de gent surt dels cafès del carrer d’Alcalà a veure la bandera. La gent queda un moment bacabadada. Ningú no sap què fer. Què passa? Fins a les quatre la gent es manté perplexe i flotant. En això passa com un regueró de pòlvora entre la gent, la notícia que la bandera representa el que vol simbolitzar – això és que el poder ha caigut en mans del govern provisional. La perplexitat esdevé entusiame i la gent es trasllada de la Cibeles a la Puerta del Sol” (pp. 23-24) [mantengo la redacción en catalán original, pues creo que se entiende bastante bien; y si no, se dice, y se traduce lo que haga falta]

Entiendo que esta concatenación de recuerdos resulte un poco caótica, pero es lo que hay, hoy, día de la Constitución.

1 comentario:

  1. ¿Constitución... de qué? ¿Que se ha constituido? Lo que yo veo últimamente es demasiado de-constitución por estos lares españoles.

    Seguirás poniendo granitos, Posodo, con esa fe que tienes en que alguno fructifique. Yo... lo sigo viendo todo muy negro. Cada vez más, de hecho.

    Saludos (y sí, se entiende bien el catalán, pero que sepas que lo he leído así por ti, para ahorrarte el trabajo de traducirlo. Si no...)

    S. Cid

    PD: Ah, por cierto..., no sé si la mirada de ZP es transparente (no más que la mía, si es que por el color lo dijo el memo de mi alcalde), pero el que sí se ha vuelto así, transparente, quiero decir, es el propio Gallardón. A otro que le pueden ir dando con viento en contra.

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