miércoles, 27 de enero de 2010

Aprender de lo inolvidable

Cuando hace cuatro meses, el pasado 27 de septiembre, penúltimo día de nuestra estancia en Venecia, me acerqué a la consigna del Museo Correr a recoger las bolsas que había depositado, consecuencia de las compras realizadas en la tienda del Palacio Ducal, la muchacha que me atendió me hizo un gesto aprobatorio respecto del libro que se apreciaba gracias a la parte transparente de la bolsa. La portada del libro es la que acompaña estas líneas.

Por el ghetto de Venecia, según parece el más antiguo de Europa, paseamos durante un rato nuestra primera mañana en Venecia. Allí, entre otros recuerdos u homenajes, se encuentra, en la calle Gheto Vechio (sic), la placa cuya foto adjunto, que, con “il ricordo dell’atrocissima offesa alla umana civiltà” llama, una vez más, “gli uomini tutti alla santa legge di Dio, ai sentimenti di fraternità e di amore che primo israele affermò fra i popoli”.

La atrocísima ofensa, como puede suponerse, fue el Holocausto desencadenado por el régimen nacionalsocialista contra la civilización humana, ensañándose especialmente con los judíos.

Una de las imágenes más significativas del mismo, incluso en su macabro cinismo, fue robada hace unas semanas (recuperada poco después): se trata del letrero que a la entrada del campo de concentración de Auschwitz y con el lema “El trabajo libera” («Arbeit Macht Frei»), recibía a quienes a él llegaban, aunque como estación de tránsito, para la inmensa mayoría, hacia Bikernau, ya propiamente, campo de exterminio.

En la guía visual editada por El País-Aguilar sobre Berlín, la reseña sobre el Centrum Judaicum, se inicia de la siguiente manera: “La entrada al Centro Judío se reconoce con facilidad por los policías que montan guardia frente a ella”. No sé quién habrá sido el redactor del texto, pero lo menos que se puede decir de esta frase es que es desafortunada.

Durante nuestras recientes estancias en Venecia y Berlín, salvo en los sitios excesivamente turísticos u oficiales, sólo hubo unas zonas donde observé la presencia destacada de la policía: en el ghetto veneciano y junto a centros judíos berlineses. Las fotos siguientes ilustran esta presencia, en Venecia, y en Berlín, en la Jüdisches Gemeindehaus, o Casa de la Comunidad Judía (donde, por cierto, una persona del centro nos preguntó, muy amablemente, sobre qué hacíamos en el patio privado del centro y qué fotos habíamos hecho).



La frase de marras de la guía es cierta (vimos cómo los policías se turnaban para entrar en calor a base de cafés en un bar cercano, ante el fresco que corría a las diez de la mañana), pero lo que describe no es anecdótico, sino realmente preocupante: setenta años después es necesario proteger, en Europa, centros judíos.

Sin embargo, tal vez haya quien se quede ya tranquilo con el hecho de que, coincidiendo con el aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz tal día como hoy de hace 65 años, se recuerda a las víctimas del Holocausto. Lo perpetrado contra la Humanidad vaciándola de la vida de más de seis millones de personas, más las de otros varios millones fallecidos durante la guerra, y muchos millones más afectados de por vida por ello, queda simbolizado artísticamente en la Grosse Hamburger Strasse, en su momento pleno barrio judío de Berlín, donde la destrucción por los bombardeos de la casa de los números 15 y 16, generó un hueco delimitado por las medianeras que se han mantenido en pie, y sobre las que se exponen placas referentes a los antiguos habitantes de la casa, con sus nombres y profesiones. La composición es obra de Christian Boltanski y se titula La casa desaparecida.

Quiera Dios que no tengamos que someternos nuevamente a una prueba semejante.

lunes, 18 de enero de 2010

Dibujando el milagro

Este pasado mes de noviembre, buscando un libro, encontré Los milagros, de C. S. Lewis, en edición de Encuentro, con traducción de Jorge de la Cueva, SJ.

Hojeándolo, y quedando en algún momento, sin habérmelo propuesto, enganchado al texto, pude, entre otras cosas, leer lo que sigue:

Así, en un cierto sentido, las leyes de la Naturaleza cubren todo el campo del espacio y el tiempo; en otro sentido, lo que queda fuera de su alcance es precisamente todo el universo real, el incesante torrente de acontecimientos concretos que constituyen de hecho la verdadera historia. Esto tiene que venir de otro sitio. Porque toda ley en última instancia dice: «Si usted hace A, entonces obtendrá B». Pero primero consiga usted su A; las leyes no se brinda a hacerle ese favor.
Es, por consiguiente, inexacto definir el milagro como algo que quebranta las leyes de la Naturaleza. No, Señor. (…) Si Dios aniquila, crea o desvía una unidad de materia, ha creado una nueva situación en ese momento. (…) La nueva situación por su parte se encuentra a sí misma sometiéndose a todas las leyes. (…) Vemos a diario que la naturaleza física no se incomoda lo más mínimo por el tráfico cotidiano de sucesos que le lanza la naturaleza biológica o la psicológica. Si en alguna ocasión los sucesos provienen de más allá de la Naturaleza, no se incomodará tampoco. (…) El arte divino del milagro no es el arte de suspender el patrón al que los sucesos se conforman, sino de alimentar este patrón con nuevos acontecimientos. El milagro no viola la previsión de la ley: «Si A, entonces B»; sino que establece: «Por esta vez, en lugar de A, va a A2»; y la Naturaleza, hablando a través de sus leyes, replica: «Entonces, será B2» (…)
Quede perfectamente sentado que un milagro no es, en manera alguna, un acontecimiento sin causa o sin consecuencias. Su causa es la actividad de Dios; sus resultados se siguen de acuerdo con las leyes naturales. En la dirección hacia adelante (es decir, en el tiempo que sigue a su realización) se intertraba con toda la Naturaleza exactamente igual que cualquier otro suceso. Su peculiaridad consiste en que no se intertraba igualmente en su dirección hacia atrás con la historia anterior de la Naturaleza. Y esto es lo que muchos encuentran intolerable. Y la razón es porque comienzan estableciendo que la Naturaleza constituye la sola y total realidad. (…) El gran complejo acontecimiento llamado Naturaleza y el nuevo suceso particular introducido en ella por el milagro, están relacionados por un origen común en Dios; y, ciertamente, si supiéramos lo suficiente, los encontraríamos relacionados en la intención y designios divinos.
” (pp. 99-102)

Supongo que no sería inspirado por estos párrafos que acabo de transcribir, pero el caso es que ayer, en su habitual parcela de opinión, Antonio Mingote publicaba el dibujo que acompaña estas líneas.

Ayer se celebró la festividad de San Antonio Abad, también conocido por estas tierras como Sant Antoni del Porquet, por el pequeño cerdo con que se le suele representar. En Valencia se celebra la bendición de los animales en la Parroquia sita al final de la calle Sagunto, dedicada al santo patrono de los animales. En la fachada de la iglesia, en un mosaico de azulejos, se recuerda, no estas bendiciones, sino otra bendición que puede llegar por intermediación del santo: “Si alguien no puede hablar o no tiene la lengua lo bastante limpia, San Antonio tiene un remedio: el agua de la campanilla

Supongo que tampoco sería inspirado por este mosaico por lo que Antonio Mingote elegía el protagonista de su dibujo de ayer.

El año pasado se organizaron en Valencia dos exposiciones en homenaje a Antonio Mingote: a una de ellas, en el IVAM, finalmente no pude ir, mientras que a la celebrada en San Miguel de los Reyes, sí, aunque por poco.

De ésta última, constituida por obras de diversos dibujantes y artistas homenajeando a Mingote en su nonagésimo cumpleaños, caragüevo ha recogido un dibujo definitivo (que precisamente es el único que recuerdo de la exposición).

Y es que, recordemos, ayer fue la onomástica y el nonagésimo primer cumpleaños de Ángel Antonio Mingote Barrachina.

Y éste es el milagro: que en España se encuentre personificado el humor, y que se llame Antonio Mingote.

Nota: Hace un año, con un día de retraso, publiqué un modesto recuerdo a Antonio Mingote. Este año, me habían puesto deberes, y con bastante más retraso (aunque forzando la fecha de publicación), consigo superar los problemas técnicos y publicar esta anotación que, desde luego, no es más corta. Lo de brillante,… eso ya lo deben calificar quienes estas líneas lean.

viernes, 15 de enero de 2010

... y los venecianos

Al salir del hospital, Brunetti vio que el cielo se había cubierto y había entrado en la ciudad un fuerte viento del sur. Se notaba en el aire una humedad que presagiaba lluvia, lo que significaba que quizá aquella noche los despertara el bramido estridente de las sirenas. Él aborrecía el acqua alta con todo el encono de los venecianos, y ya se indignaba al pensar en los turistas que se apiñarían en las pasarelas boquiabiertos, riendo, señalando, haciendo fotos y cortando el paso a la gente que tenía que ir a trabajar o hacer la compra y no deseaba sino verse otra vez cuanto antes en sitio seco, lejos del trastorno, la suciedad y la irritación general que las aguas imparables traían a la ciudad.

Así se inicia el capítulo octavo de Acqua alta, de Donna Leon, según la traducción de Ana Mª de la Fuente, publicada por Seix Barral en Booket.

En la anotación anterior enlazaba una noticia de El Mundo, en la que se decía, entre otras cosas, que “para muchos turistas esta crecida del agua de los canales forma parte del atractivo de Venecia”.

Como éste es el caso precisamente del que se queja Brunetti, quiero en esta anotación hacer un pequeño homenaje a los venecianos que sufren ambas catástrofes.

En nuestro viaje a Venecia en septiembre pasado, al no tratarse de un viaje organizado por nadie, salvo por nosotros mismos, pudimos recorrer Venecia sin mayor problema, ni de itinerario ni de horario. Gracias a ello fuimos testigos de cómo los niños iban a la escuela, o jugaban en la calle al salir de ella, de cómo los comerciantes (de negocios no turísticos) organizaban sus tiendas a primera hora, de cómo se repartía el género, de cómo se recogía la basura,…









Como en una canción de hace muchos años, “al tendero, al cartero, al policía saludé”. Sí, “Viva la gente… veneciana”.

Acqua alta...

En la obra de referencia de la anotación anterior, podemos leer:
Sarpi se había distinguido por un vivo interés por la filosofía y la ciencia, interés que –si bien a menor escala– conservó durante toda su vida. (…) Es en sus apuntes donde se encuentra la primera exposición de la teoría galileana de las mareas.
(…)
No hay indicio alguno de que
[Galileo] pudiera haberse sentido especialmente interesado por la astronomía antes de 1595, año en que ideó una explicación mecánica del fenómeno de las mareas en base a los dos movimientos circulares que Copérnico había asignado a la Tierra: éste parece haber sido el origen de su preferencia por la nueva astronomía.” (pág. 51 y 53)

Si hay un sitio donde las mareas condicionan la vida de sus habitantes, aunque sea en combinación con lluvias importantes y un apreciable viento del sur, es Venecia. Muy poéticamente, este fenómeno es conocido como acqua alta.

En una anotación de algo más de un año en que comenté sobre las inundaciones de Florencia, y en particular sobre las habidas en noviembre de 1966, mostré una noticia de The Times donde hablaba asimismo de que Venecia también se había visto afectada por una intensa acqua alta (“Venice is like a gigantic boat half sunken. Last night it was submerged again by the tide”). En esa noticia publicada el día 7 y en la del día 9, también en el mismo periódico, en noviembre de 1966, podemos apreciar la gravedad de lo sucedido entonces (ese 4 de noviembre las aguas alcanzaron un nivel de 1,94 metros, unos 110 cm en la Plaza de San Marcos, lo que se dice pronto).

En un establecimiento donde comimos, tenían en una pared diversas fotos de un fenómeno de acqua alta. Inducido por el hecho de que eran en blanco y negro pregunté si eran de noviembre de 1966, y me contestaron que no, que eran del primo de diciembre de 2008. Al volver del viaje, lo confirmé (y recordé) en diversas noticias de prensa de entonces, demostrándose una vez más que las desgracias nunca vienen solas (en esta ocasión, tuvo la forma de un fulano que demostró una absoluta falta de respeto y consideración ante los perjuicios de los demás, salvo los turistas, que no viajeros: “el evento concluyó con una estruendosa ovación por parte de una asombrada multitud de turistas”).

Durante nuestra estancia en Venecia en septiembre pasado pudimos observar, en la Plaza de San Marcos y otras calles de la ciudad, e incluso en el interior de establecimientos públicos, apiladas y listas para su uso, pasarelas que en su momento se puedan disponer formando unos pasillos por encima de las aguas.



Ante lo habitual del caso, cabe entender que no haya placas del estilo de las vistas en Florencia, o de las tan comunes en Valencia, que recuerden el nivel alcanzado por las aguas. Sin embargo, sí vimos una, muy escueta, pues sólo mostraba una fecha. Aunque no he encontrado referencias a un acqua alta en 1902 (y en agosto, que no es lo normal), sino a otra catástrofe sucedida en Venecia ese año, y de la que hablaremos en otra ocasión.

Este diciembre se ha repetido (y por dos veces) el fenómeno de acqua alta, y con una intensidad muy importante. La primera de ellas (en realidad, el día 30 de noviembre), nos ofreció una foto anecdótica (de Andrea Merota, distribuida por EFE), y con motivo de la segunda, se decía en la prensa algo de lo que hablaremos en la siguiente anotación.

lunes, 11 de enero de 2010

Mirando lejos

Como ya se ha comentado en estas páginas, este pasado año 2009 ha sido calificado como Año de la Astronomía, con ocasión de celebrarse los 400 años de las primeras observaciones astronómicas con suficiente detalle, hechas por Galileo gracias a un telescopio de su invención.

Curiosamente, los hechos, sucedidos en 1609, estuvieron a punto de no suceder en ese año (de hecho la publicidad de los mismos fue hecha ya en 1610), e incluso estuvieron a punto de no suceder (o al menos, no tan pronto). Veamos:

A mediados de 1609 Galileo estaba plenamente concentrado en su tratado sobre el movimiento natural, pero tuvieron entonces lugar ciertos acontecimientos que determinarían un cambio en sus intereses científicos por espacio de muchos años.Todo empezó en Holanda con la invención de un artilugio que hacía que los objetos lejanos se viesen más cerca. En octubre de 1608 se solicitó al gobierno holandés una patente; Sarpi oyó hablar de dicho instrumento antes de que finalizara el año. Galileo no tuvo noticias (o, si las tuvo, no las creyó) hasta el mes de julio de 1609 cuando, de visita en Venecia, preguntó a Sarpi acerca del mismo y éste se enseñó una carta de un antiguo alumno suyo, a la sazón residente en París, que confirmaba la veracidad de los rumores. Galileo había solicitado un nuevo aumento de sueldo y acababa de saber que casi con toda seguridad no le sería concedido. Dándose cuenta de la importancia que el catalejo podía tener para una potencia marítima como Venecia, regresó inmediantamente a Padua y trató de construir uno por sus propios medios. Allí se enteró de que un extranjero acababa de pasar por la ciudad con un catalejo, el cual había tratado de vender a un precio elevado al gobierno veneciano.
Si hemos de creer su posterior versión de los hechos, Galileo supuso que una de las dos lentes debía ser convexa y la otra cóncava: ajustando convenientemente dichas lentes en el interior de un tubo de plomo logró lo que pretendía. Se trataba, no obstante, de poco más que un juguete, capaz de amplificar la visión sólo dos o tres veces. Galileo escribió a Venecia (a Sarpi, sin duda) prometiendo que muy pronto dispondría de un buen catalejo. El Senado Veneciano pidió inmediatamente consejo a Sarpi, en razón de su reputación en materias científicas, acerca de la conveniencia de comprar el instrumento al extranjero que se lo había ofrecido. Su recomendación fue que no se adquiriera; a finales de agosto se presentó Galileo con un telescopio tan potente, poco más o menos, como nuestros binoculares corrientes. Gracias a éste podía describir las naves que se aproximaban dos horas antes de que los observadores mejor adiestrados pudieran hacerlo a simple vista. Cuando presentó el instrumento al Dux, recibió como compensación un contrato vitalicio como profesor, cuya retribución doblaba su sueldo hasta la fecha.
Sin embargo, se produjeron algunos malentendidos. Después de haber aceptado, Galileo supo que el aumento de sueldo sólo se haría efectivo una vez que expirara el contrato todavía vigente, que ya nunca se le concederían otros aumentos y que tendría que permanecer toda su vida en la Universidad de Padua. Él era florentino hasta la médula y, por agradable que hubiera sido Padua, ésa no era su casa. Tampoco quería comprometerse para siempre con una dedicación plena a la enseñanza, pues anhelaba una mayor libertad para poder investigar y publicar. Como aún no había recibido ningún beneficio material de ese acuerdo, se sintió libre para relanzar las negociaciones para la obtención del puesto de matemático de la Corte en Florencia, donde Cósimo era ya Gran Duque.
Tras una precipitada visita a Florencia –que aprovechó para mostrar a Cósimo su nuevo instrumento– Galileo se dedicó a pulir lentes con vistas a construir un telescopio más potente, haciéndose enviar secretamente de Florencia lentes sin pulir a fin de que sus rivales no pudiesen conocer su plan de trabajo. El primero de diciembre tenía ya un telescopio de veinte aumentos,con el que observaba la Luna todas las noches suficientemente claras como para poder hacerlo. Interpretó correctamente lo que veía como una prueba de la existencia de montañas y cráteres, oponiéndose a la exigencia de la perfecta esfericidad de los cuerpos celestes formulada por los filósofos de la naturaleza. A comienzos del mes de eneero de 1610 descubrió cuatro satélites que giraban en torno a Júpiter, hecho que contradecía igualmente la tesis de éstos acerca de la posición central de la Tierra con respecto a todos los movimientos celestes. Se incluyeron en los mapas del firmamento estrellas pertenecientes a muy diversas constelaciones que nunca antes se habían observado y se descubrió que la Vía Láctea estaba constituida por miríadas de estrellas.
De todos estos descubrimientos dio cuenta Galileo en su
Siderius Nuncius, publicado a comienzos de marzo y dedicado al Gran Duque Cósimo. Durante las vacaciones de Pascua recibió una invitación para ir a Pisa a visitar la corte toscaza, tras lo cual los pormenores de su nombramiento como matemático y filósofo (es decir, físico) de dicha Corte quedaron reducidos a meras formalidades.

Es decir, la coincidencia del conocimiento de rumores lejanos (confirmados ¡por correo!) y la necesidad tan actual de un aumento de sueldo, con contratos leoninos por en medio, lo emotivo de la “patria chica”, y un afán de libertad, permitieron lo que se ha conmemorado este pasado año.

Casualmente o no, el mismo día en que llegábamos a Venecia, tenía lugar la conferencia “Il segreto del telescopio di Galileo. Astronomia e propietà intellettuale”, a cargo de Mario Biagioli y Kim Stanley Robinson, en el marco de las jornadas “I mondi di Galileo”. En la nota introductoria a la conferencia se dice: “Gli scrupoli sulla proprietà intellettuale si palesarono con il telescopio e con le scoperte astronomiche che lo fecero diventare una ‘star’ nel 1610: temendo di vedere le proprie scoperte rivendicate da altri astronomi, si affrettò a pubblicare i propri studi fornendo pochissime informazioni su come costruire il telescopio”. Interesante, pero, claro, nos enteramos demasiado tarde.

Las lunas de Júpiter descubiertas “a comienzos del mes de enero”, fueron vistas por primera vez el día 7, las tres primeras, y la cuarta el día 11. Al cabo de una semana, Galileo determinó definitivamente que no eran estrellas sino que se desplazaban alrededor de Júpiter. O sea, que tal vez, propiamente, el Año de la Astronomía tuviera que ser éste de 2010. Pero bueno, no llevaremos la contraria. Para eso está Galileo, ¿no?

Esta anotación la vamos a terminar haciendo uso del contraste con que se ilustraba el inicio del artículo “400 años mirando las estrellas”, de Francisco Javier Alonso, publicado en el XL Semanal del ABC del 23 de agosto de 2009: el telescopio construido por Galileo y el edificio del Gran Telescopio Canarias, instalado en el observatorio de Roque de los Muchachos, en La Palma. En el artículo se menciona como fecha de la presentación ante el Dux, el 21 de agosto, y el mes de publicación de los descubrimientos astronómicos, mayo de 1610. Pero ¿qué son unos pocos días frente a 400 años?



Créditos:

El texto está extraído de la obra Galileo, de Stillman Drake, según traducción de Alberto Elena, publicada en 1983 por Alianza Editorial en su colección «El Libro de Bolsillo», con el nº 941, y en 1984 como nº 86 de la colección, distribuida en kioscos, «Biblioteca Fundamental de Nuestro Tiempo», que es la que tengo (pp. 71-73).

El logotipo de Google es el que apareció el pasado 25 de agosto de 2009 conmemorando la antedicha demostración hecha en Venecia de la utilidad del catalejo de Galileo.

La foto de la estatua de Fray Paolo Sarpi, junto a la Fondamenta de Ca’ Vendramin, en Venecia, fue tomada por el autor de estas líneas este último 25 de septiembre.

La foto nocturna es del mismo autor y nos muestra la misma Luna que observó Galileo hace 400 años, también desde Venecia, aunque esta vez es sobre el Campo de Bandiera e Moro, junto a la Chiesa di San Giovanni Battista in Bragora, la noche del 26 de septiembre último.

miércoles, 6 de enero de 2010

Y ahora, ¿dónde los pongo?: Edición príncipe

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua (o sea, la española), la edición príncipe es “la primera, cuando se han hecho varias de una misma obra”. Por otro lado, y según la misma fuente, príncipe es el “primero y más excelente, superior o aventajado en algo”, así pues, qué mejor ocasión que utilizar esta palabra tal día como hoy, para hablar de… libros de cuyo regalo he sido afortunado merced a esos “primeros, excelentes, superiores y aventajados” Reyes Magos.

Incluyo también los habidos por cuenta de ese otro extranjero que se nos está acomodando por aquí (aunque en ciertas tradiciones tiene sentados sus reales precisamente en España).

Ahora sólo queda encontrarles sitio y momento para su lectura.

Sí, sólo.







Día con discursos,… y discurso de cierto día

En España, hoy es día de discursos, pues se celebra la Pascua Militar (ignoro el motivo de hacerlo en esta fecha, porque no creo que sea el coincidir con la Pascua de Navidad ortodoxa).

En general, los discursos que se pronuncian no suelen ser nada del otro mundo. No obstante, siempre hay excepciones. Por ejemplo, cuando un general recordó cierto artículo de la Constitución, lo que supuso el inmediato agradecimiento de sus servicios,… y fulminante destitución.

Pero no era este discurso el que quería recordar. Bueno, también.

Dentro de veinte días se cumplen 130 años del nacimiento en Little Rock, estado sureño de Arkansas, de un viejo soldado que, como el estribillo de una antigua balada que él mismo recordó en cierto discurso al retirarse del servicio activo, “nunca muere; sólo se desvanece”: Douglas MacArthur.

Este viejo soldado, famoso por su ¡Volveré! (y por cumplirlo), en la primavera de 1962, volvió a la pradera de West Point para recibir la condecoración Sylvanus Thayer, concedida únicamente a aquellos “cuyos servicios y logros en interés de la nación ejemplifican la devoción personal y los ideales expresados en el lema de West Point: «Deber, Honor, Patria»”.

Con estas mismas palabras del lema, inició su discurso. Entre otras cosas, a los cadetes y acompañantes, dijo:

No obstante esta multitud de cambios y perfeccionamientos, vuestra misión queda fija, determinada, inviolable. Esa misión es ganar nuestras guerras. Todo lo demás en vuestra carrera profesional no es más que corolario de esta dedicación vital. Las demás necesidades públicas, grandes y pequeñas, corresponderá a otros atenderlas; pero vosotros sois los que habéis sido educados para luchar.
La vuestra es la profesión de las armas, la voluntad de ganar, la certidumbre de que en la guerra no hay sustitutivo de la victoria, de que si vosotros perdéis, la nación será destruida; de que la única obsesión en vuestro servicio público debe ser el deber, el honor y la patria.
(…)
Dejad que las voces civiles discutan los méritos o deméritos de los procedimientos de nuestro gobierno; si nuestra fuerza está siendo socavada por la financiación deficitaria, permitida desde hace mucho; por el paternalismo federal, que se ha vuelto demasiado poderoso; por los grupos demasiado arrogantes; por los políticos demasiado corruptos; por el crimen, demasiado desenfrenado; por la moral, demasiado baja; por los impuestos, demasiado altos; por los extremistas, demasiado violentos; o si nuestras libertades personales no son tan firmes y completas como deberían ser. Todos estos grandes problemas nacionales no son de vuestra incumbencia o de vuestra solución militar. Vuestra marca de referencia sobresale como faro en la noche, diez veces más grande: deber, honor, patria.
(…)
La larga línea gris de cadetes nunca se ha apartado del deber. Si vosotros lo hiciérais, un millón de espectros en gris verdoso, en pardo caqui, en azul y gris, se levantarían de sus tumbas, profiriendo a voces estas palabras mágicas: deber, honor, patria. Eso no significa que seais fomentadores de la guerra. Al contrario, más que toda la demás gente, el soldadoora por la paz, ya que él debe sufrit y soportar las heridas y cicatrices más profundas de la guerra. Siempre resuenan en nuestros oídos las palabras ominosas de Platón, el más sabio de todos los filósofos: sólo los muertos han visto el fin de la guerra.
(…)
Con oído atento escucho la melodía embrujadora de cornetas que tocan débilmente diana y de tambores lejanos, que redoblan. En mis sueños oigo otra vez el estampido de los cañones, la baraúnda de la tropa y el extraño, lúgubre murmullo del campo de batalla. Pero al final de mi recuerdo, regreso a West Point, donde siempre resuenan una y otra vez: deber, honor, patria. Hoy es la última vez que paso lista con vosotoros. Mas quiero que sepáis que cuando cruce el río, mis últimos pensamientos conscientes serán para el Cuerpo, el Cuerpo y el Cuerpo.
Os digo adiós.


Y se desvaneció.

Créditos: los extractos del discurso están tomados de General Douglas MacArthur, de Bob Considine, según traducción de Eduardo Infante, en edición de Editorial Diana, de Méjico, en 1966. De esta edición es la última foto, mientras que las dos primeras son de la Wikipedia.

martes, 5 de enero de 2010

Estas coincidencias... ¡son de cine!

Veamos si ha llegado para mí el momento de aclararme lo que me ocurre con el cine. El cine no me interesa, pero tampoco me distrae. Conozco a personas inteligentes que aceptan que el cine pueda no interesar como arte; ellos ni siquiera lo consideran como tal, pero les distrae, van al cine, como dicen, a distraerse, sin más. No sé si les envidio. ¿Qué hacen?, me pregunto. ¿Dejarse en la puerta su formación, su cultura, sus ideas, su gusto, y entrar allí limpios, no de polvo y paja, sino de grano, de sustancialidad, de espíritu? Más bien lo que hacen es dejar en la puerta a un apersona, la que son, y darle un empujoncito al ser infantil que llevamos dentro; infantil, pero deformado. Al cine no se puede ir más que con una mentalidad cinematográfica, que es la «espécimen» de mentalidad más anormal que haya podido prosperar; es una mentalidad de niño con todas las perversiones adultas o, al revés, una mentalidad adulta con todas las insuficiencias infantiles. Al cine se va a ver todo, sólo que sin el todo. Parece una ventana abierta, por fin, a la generosidad del mundo, peroa través de la cual todas las distancias y horizontes, los problemas universales y las inmortales inquietudes anímicas, se reduden a un esquematismo tan rudimentario que uno se entera de las cosas, en ocasiones de las grandes cosas de la vida, como si en lugar de relatárnoslas Schopenhauer, pongo por caso, nos las estuviera contando un vecino o aun en ocasiones, con toda la fruición y propiedad que queramos ponerle, nuestra portera.

Han sido éstos, días muy andariegos, en la tradicional demanda o búsqueda de objetos que reúnan unas características adecuadas para esta noche especial. Esta tarde he llegado a una esquina la cual, transmutada en un oportuno cruce de caminos, me permitió prescindir de la seguridad de la ruta en que estaba inmerso, y desafiar los peligros de un recorrido que me llevaría por delante de dos librerías de viejo.

Los resultados fueron los esperables: los reflejos sobre el cristal del escaparate de una de ellas no impidieron que alcanzara a ver un librillo pequeño, con un título que de tan provocador, hacía imperativa su consecución. El nombre del autor también ayudó en la decisión, de tal manera que al reintegrarme a la ruta original en el siguiente cruce de caminos, el zurrón llevaba una ligera carga, mientras que, por el contrario, era la bolsa la que se había aligerado.

Excepción hecha de la primera frase, no transcrita, el texto con que he iniciado esta anotación es el principio del ensayo que da título al librito así hallado, fechado en enero del año 55 del pasado siglo, terminado de imprimir “el 7 de diciembre de 1955 al cuidado del autor”.

Siguiendo con la provocación cinematográfica, precisamente ayer había llenado mi zurrón con dos películas… sí,… de cine… ¡español!

¡Ah, pero no de cine español cualquiera, no! De cine español… ¡de cuando España!