lunes, 11 de enero de 2010

Mirando lejos

Como ya se ha comentado en estas páginas, este pasado año 2009 ha sido calificado como Año de la Astronomía, con ocasión de celebrarse los 400 años de las primeras observaciones astronómicas con suficiente detalle, hechas por Galileo gracias a un telescopio de su invención.

Curiosamente, los hechos, sucedidos en 1609, estuvieron a punto de no suceder en ese año (de hecho la publicidad de los mismos fue hecha ya en 1610), e incluso estuvieron a punto de no suceder (o al menos, no tan pronto). Veamos:

A mediados de 1609 Galileo estaba plenamente concentrado en su tratado sobre el movimiento natural, pero tuvieron entonces lugar ciertos acontecimientos que determinarían un cambio en sus intereses científicos por espacio de muchos años.Todo empezó en Holanda con la invención de un artilugio que hacía que los objetos lejanos se viesen más cerca. En octubre de 1608 se solicitó al gobierno holandés una patente; Sarpi oyó hablar de dicho instrumento antes de que finalizara el año. Galileo no tuvo noticias (o, si las tuvo, no las creyó) hasta el mes de julio de 1609 cuando, de visita en Venecia, preguntó a Sarpi acerca del mismo y éste se enseñó una carta de un antiguo alumno suyo, a la sazón residente en París, que confirmaba la veracidad de los rumores. Galileo había solicitado un nuevo aumento de sueldo y acababa de saber que casi con toda seguridad no le sería concedido. Dándose cuenta de la importancia que el catalejo podía tener para una potencia marítima como Venecia, regresó inmediantamente a Padua y trató de construir uno por sus propios medios. Allí se enteró de que un extranjero acababa de pasar por la ciudad con un catalejo, el cual había tratado de vender a un precio elevado al gobierno veneciano.
Si hemos de creer su posterior versión de los hechos, Galileo supuso que una de las dos lentes debía ser convexa y la otra cóncava: ajustando convenientemente dichas lentes en el interior de un tubo de plomo logró lo que pretendía. Se trataba, no obstante, de poco más que un juguete, capaz de amplificar la visión sólo dos o tres veces. Galileo escribió a Venecia (a Sarpi, sin duda) prometiendo que muy pronto dispondría de un buen catalejo. El Senado Veneciano pidió inmediatamente consejo a Sarpi, en razón de su reputación en materias científicas, acerca de la conveniencia de comprar el instrumento al extranjero que se lo había ofrecido. Su recomendación fue que no se adquiriera; a finales de agosto se presentó Galileo con un telescopio tan potente, poco más o menos, como nuestros binoculares corrientes. Gracias a éste podía describir las naves que se aproximaban dos horas antes de que los observadores mejor adiestrados pudieran hacerlo a simple vista. Cuando presentó el instrumento al Dux, recibió como compensación un contrato vitalicio como profesor, cuya retribución doblaba su sueldo hasta la fecha.
Sin embargo, se produjeron algunos malentendidos. Después de haber aceptado, Galileo supo que el aumento de sueldo sólo se haría efectivo una vez que expirara el contrato todavía vigente, que ya nunca se le concederían otros aumentos y que tendría que permanecer toda su vida en la Universidad de Padua. Él era florentino hasta la médula y, por agradable que hubiera sido Padua, ésa no era su casa. Tampoco quería comprometerse para siempre con una dedicación plena a la enseñanza, pues anhelaba una mayor libertad para poder investigar y publicar. Como aún no había recibido ningún beneficio material de ese acuerdo, se sintió libre para relanzar las negociaciones para la obtención del puesto de matemático de la Corte en Florencia, donde Cósimo era ya Gran Duque.
Tras una precipitada visita a Florencia –que aprovechó para mostrar a Cósimo su nuevo instrumento– Galileo se dedicó a pulir lentes con vistas a construir un telescopio más potente, haciéndose enviar secretamente de Florencia lentes sin pulir a fin de que sus rivales no pudiesen conocer su plan de trabajo. El primero de diciembre tenía ya un telescopio de veinte aumentos,con el que observaba la Luna todas las noches suficientemente claras como para poder hacerlo. Interpretó correctamente lo que veía como una prueba de la existencia de montañas y cráteres, oponiéndose a la exigencia de la perfecta esfericidad de los cuerpos celestes formulada por los filósofos de la naturaleza. A comienzos del mes de eneero de 1610 descubrió cuatro satélites que giraban en torno a Júpiter, hecho que contradecía igualmente la tesis de éstos acerca de la posición central de la Tierra con respecto a todos los movimientos celestes. Se incluyeron en los mapas del firmamento estrellas pertenecientes a muy diversas constelaciones que nunca antes se habían observado y se descubrió que la Vía Láctea estaba constituida por miríadas de estrellas.
De todos estos descubrimientos dio cuenta Galileo en su
Siderius Nuncius, publicado a comienzos de marzo y dedicado al Gran Duque Cósimo. Durante las vacaciones de Pascua recibió una invitación para ir a Pisa a visitar la corte toscaza, tras lo cual los pormenores de su nombramiento como matemático y filósofo (es decir, físico) de dicha Corte quedaron reducidos a meras formalidades.

Es decir, la coincidencia del conocimiento de rumores lejanos (confirmados ¡por correo!) y la necesidad tan actual de un aumento de sueldo, con contratos leoninos por en medio, lo emotivo de la “patria chica”, y un afán de libertad, permitieron lo que se ha conmemorado este pasado año.

Casualmente o no, el mismo día en que llegábamos a Venecia, tenía lugar la conferencia “Il segreto del telescopio di Galileo. Astronomia e propietà intellettuale”, a cargo de Mario Biagioli y Kim Stanley Robinson, en el marco de las jornadas “I mondi di Galileo”. En la nota introductoria a la conferencia se dice: “Gli scrupoli sulla proprietà intellettuale si palesarono con il telescopio e con le scoperte astronomiche che lo fecero diventare una ‘star’ nel 1610: temendo di vedere le proprie scoperte rivendicate da altri astronomi, si affrettò a pubblicare i propri studi fornendo pochissime informazioni su come costruire il telescopio”. Interesante, pero, claro, nos enteramos demasiado tarde.

Las lunas de Júpiter descubiertas “a comienzos del mes de enero”, fueron vistas por primera vez el día 7, las tres primeras, y la cuarta el día 11. Al cabo de una semana, Galileo determinó definitivamente que no eran estrellas sino que se desplazaban alrededor de Júpiter. O sea, que tal vez, propiamente, el Año de la Astronomía tuviera que ser éste de 2010. Pero bueno, no llevaremos la contraria. Para eso está Galileo, ¿no?

Esta anotación la vamos a terminar haciendo uso del contraste con que se ilustraba el inicio del artículo “400 años mirando las estrellas”, de Francisco Javier Alonso, publicado en el XL Semanal del ABC del 23 de agosto de 2009: el telescopio construido por Galileo y el edificio del Gran Telescopio Canarias, instalado en el observatorio de Roque de los Muchachos, en La Palma. En el artículo se menciona como fecha de la presentación ante el Dux, el 21 de agosto, y el mes de publicación de los descubrimientos astronómicos, mayo de 1610. Pero ¿qué son unos pocos días frente a 400 años?



Créditos:

El texto está extraído de la obra Galileo, de Stillman Drake, según traducción de Alberto Elena, publicada en 1983 por Alianza Editorial en su colección «El Libro de Bolsillo», con el nº 941, y en 1984 como nº 86 de la colección, distribuida en kioscos, «Biblioteca Fundamental de Nuestro Tiempo», que es la que tengo (pp. 71-73).

El logotipo de Google es el que apareció el pasado 25 de agosto de 2009 conmemorando la antedicha demostración hecha en Venecia de la utilidad del catalejo de Galileo.

La foto de la estatua de Fray Paolo Sarpi, junto a la Fondamenta de Ca’ Vendramin, en Venecia, fue tomada por el autor de estas líneas este último 25 de septiembre.

La foto nocturna es del mismo autor y nos muestra la misma Luna que observó Galileo hace 400 años, también desde Venecia, aunque esta vez es sobre el Campo de Bandiera e Moro, junto a la Chiesa di San Giovanni Battista in Bragora, la noche del 26 de septiembre último.

1 comentario:

  1. Muy interesante plato. Si bien, hace años ya, desde que empecé a leer sobre Galileo, dejó éste de ser el héroe del "y sin embargo se mueve" y se tornó en una figura llena de sombras que provoca no poca controversia en mi corazón: ¿lo admiro, lo (casi)detesto, lo admiro, lo (casi)detesto? Vengo desde hace años deshojando la margarita sin alcanzar nunca una respuesta.

    En fin...

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