sábado, 1 de mayo de 2010

Cuando se consigue un 102 por cien

Un lugar de buen acomodo en Nueva York siempre ha sido el Waldorf Astoria, aunque yo no haya hecho otra cosa en él que pasear por su acera, o entrar por una puerta, atravesarlo y salir por la otra. Estos ‘excesos’ que hice en 1997 setenta años antes los hubiera tenido que hacer a unas manzanas de distancia, pues el hotel se encontraba en otro sitio. Como bien se habrá supuesto, fue derribado, pues se había quedado pequeño, anticuado,…

En su lugar, lógicamente, se construyó otro edificio.

La firma de arquitectos que realizó el proyecto fue (Richmond H.) Shreve, (William) Lamb & (Arthur Loomis) Harmon, y desde luego, tras la adjudicación del mismo, no tuvieron tiempo que perder: ahora no sé si les limitaron mucho, poco o nada el presupuesto; lo que sí sé es que les marcaron algo muy claramente: la inauguración tenía que ser el primero de mayo de 1931. Con lo cual ya tuvieron un problema menos: en el cartel que figuraba en una esquina de la parcela, ya sabían qué fecha había que poner (“Ready for May 1931 occupacy”), aun cuando el edificio se encontrara todavía al nivel de la calle… un año antes, en abril de 1930.

Sin embargo, en cuanto le cogieron el tranquillo a la cosa, empezaron a elevar la estructura metálica del edificio al ritmo de una planta diaria. Y así, llegó el día de la inauguración: efectivamente, el 1 de mayo de 1931, haciendo los honores Alfred E. Smith, anterior gobernador del estado (habiendo sido sucedido por Franklin Delano Roosevelt)

Naturalmente, el proyecto sufrió algún cambio que otro.

A poco de iniciarse la construcción del edificio, cuyo objetivo era alcanzar los mil pies de altura, se estaba finalizando otro, cercano, que ha acabado siendo conocido como el edificio Chrysler. Por el prurito de la altura, el Chrysler tiene rematado su art-decó con una aguja que le permite alcanzar mil cuarenta y ocho pies.

Por tanto, a Shreve, Lamb & Harmon se les tuvo que ocurrir algo para no verse superados. Y lo solucionaron a lo grande. Empezaron revisando el diseño de modo que, con una estructura de 85 pisos, alcanzara mil cincuenta pies, es decir, dos más que la competencias; pero además, como entonces en la aviación comercial no se estilaban los helicópteros, decidieron coronar el edificio con un especie de muelle de atraque de dirigibles. De esta manera, se alcanzarían 1.250 pies, equivalentes a 102 pisos, diferencia suficiente como para no ser superados en una temporada. Y ciertamente, no lo fueron hasta cuarenta años después, y en la misma Nueva York (pero esto es, desde luego, otra historia).



El edificio se convirtió en un centro de atracción de primer orden, teniendo incluso visitas de la realeza, aunque vinieran de las selvas más profundas.

Como bien se habrá supuesto, hemos estado hablando del Empire State, durante unos cuarenta años el edificio más alto del mundo.

Nota: Conviene señalar, como hace el autor del libro, que existe otro Empire State en Nueva York, mucho más modesto. Su estructura de sólo nueve pisos se situó en 1897 en el 640 de Broadway, esquina sudeste con Bleecker Street, aunque puede presumir de ser obra de De Lemos&Cordes, autores también, por ejemplo, del Macy’s en Herald Square.


Créditos:
Portada y fotos tomadas de The Empire State Building. The making of a landmark, de John Tauranac, publicado en 1995 por St. Martin’s Griffin.

1 comentario:

  1. Hacía tiempo que no "venía a verte" pero veo que sigues manteniendo tu altísimo nivel en cantidad y, sobre todo en calidad. ¡Enhorabuena!

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