jueves, 6 de mayo de 2010

Una visita que Mark-ó

El otro día caragüevo nos recordó la figura de Samuel Langhorne Clemens, es decir, Mark Twain.

Lo que me trajo a la memoria el tema principal objeto de comentario en The Christian Almanac, en relación con el pasado 2 de mayo, y que por su curiosidad, traigo aquí.

En 1867, dos años después de finalizada la Guerra de Secesión, o Guerra entre los Estados, se anunció “the first organizad pleasure party ever assembled for a transatlantic voyage”. Como se dice en el libro, “it was a Grand Tour for the rich and famous of America, who, weary of war and reconstruction at home, set out to see the sights in Europe and beyond”.

Como sabemos, Mark Twain se dedicó en su vida, entre otras cosas, al periodismo. En un momento en el que la fama y los éxitos aún estaban en un futuro alejado, “his quick wit, ready criticism, and unerring eye lent the trip remarkable clarity and vision.” Y allá que se fue para hacer el seguimiento del viaje, lo que mostró a través de sus crónicas y, poco después, en un libro.

Cualquier sitio en Jerusalén al que mirara, veía la evidencia de la paradoja. El sionismo todavía no había llevado oleadas de inmigrantes judíos hasta la ciudad desde Europa. [La diáspora se encontraba plenamente “desarrollada”] Y apenas había algunos palestinos musulmanes. En cambio, la mayor parte de la magra población estaba comprendida por cristianos. Algunos constituían un remanente de la antigua cultura bizantina. Otros eran peregrinos que habían encontrado el descanso de sus almas en la ciudad de la pasión de su Señor. Por tanto, como había sido durante una gran parte de su existencia a lo largo de los años, Jerusalén era una ciudad cristiana, llena de preocupaciones cristianas.

Los turcos otomanos que gobernaban la región en esa época, habían permitido que la pequeña ciudad cayera en un vergonzoso estado de abandono. Como resultado de ello, los cristiano, junto con una minúscula comunidad judía, eran los cuidadores de su gloriosa, espiritual, histórica y cultural herencia. Aunque aparte de algunas reliquias, difícilmente se encontraba alguna evidencia de tal herencia. Twain tuvo que preguntarse qué había en la ciudad que tuviera realmente valor.
A pesar de la Iglesia del Santo Sepulcro, de la Mezquita de Al Aqusa, de la serpenteante Vía Dolorosa, y de las murallas de Soleimán el Magnífico, Jerusalén parecía completamente carente de lugares interesantes para visitar. No había grandes museos como en todas las restantes ciudades del Grand Tour, No había prodigios arquitectónicos. No había grandes cuadros para admirar, ni remarcables estatuas para apreciar, ni espacios públicos por donde deambular tranquilamente. Sin embargo, su visita a la ciudad afectó claramente a Twain. La historia y espiritualidad que él encontró allí, continuarían marcando su escritura –incluso obsesionándolo– mucho después de regresar a casa.


Aunque siglo y medio después no sea igual, desde luego esta “presentación” de Jerusalén anima a encontrar la espiritualidad de la Ciudad Santa.

Nota: no acompaño fotos de Jerusalén porque no he estado allí. ¿Cuándo lo haré? Sólo Dios lo sabe. Hasta que Él decida, lo leeremos.


Créditos:
Fotografía oficial de Mark Twain, con motivo de su nombramiento de Doctor en Letras por la Universidad de Oxford, tomada de la Wikipedia.

Transcripción y traducción aproximada, del texto correspondiente al día 2 de mayo, de The Christian Almanac.

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