jueves, 22 de julio de 2010

Unas costuras sin hilo

En Chaumont, y de nuevo en las conversaciones de Londres, había sido acordado que debería crearse bajo los auspicios británicos un fuerte y ampliado Reino de los Países Bajos. Castlereagh sentía vivas ansias por establecer unas condiciones que impidieran todo el peligro de que el puerto de Amberes y el estuario del Escalda pudieran caer de nuevo bajo el control francés. «La destrucción –escribía– del arsenal (de Amberes) es esencial para nuestra seguridad. Dejarlo en manos de Francia es poco menos que imponer a Gran Bretaña la carga de estar perpetuamente en estado de guerra.» Se previó, por supuesto, que las provincias belgas no quisieran unirse espontáneamente a sus vecinos los holandeses. El 30 de mayo de 1814 escribía Lord Liverpool a Clancarty: «Debe contarse con que será necesario emplear la mayor habilidad y tener paciencia en esta labor de reconocimiento al pueblo de Brabante con esa fusión.» Por eso se decidió que el Acta de La Unión debería contener cláusulas que garantizasen a la población belga la más completa tolerancia religiosa y la igualdad comercial; y estas estipulaciones representan, incidentalmente, el primer «Tratado sobre Minorías» que figura en la práctica diplomática.

Así cuenta Harold Nicolson en su El Congreso de Viena, el planteamiento británico de «la cuestión belga» con motivo de las reuniones habidas para intentar poner Europa de nuevo en orden tras las numerosas acciones emprendidas por Napoleón durante los diez años anteriores. Lo bueno del caso es que, mientras estaban de reuniones, Napoleón decidió escaparse de Elba para ser él quien pusiera, nuevamente, orden, si bien el desarrollo del Congreso no se vio drásticamente alterado aunque Arthur Wellesly (primer Duque de Wellington) tuvo que dirigirse, a finales de marzo, precisamente, «a los Países Bajos para tomar el mando del ejército», con el resultado que ya conocemos.

En el Congreso de Viena, curiosamente, una de las naciones que tuvo un papel importante fue… la derrotada Francia, representada por Charles Maurice de Talleyrand, de quien Albert Guérard dice en su Breve historia de Francia, “que ya había servido y traicionado a tres o cuatro regímenes”.

Con la primera caída de Napoleón tuvo lugar la Restauración, en la persona de Luis XVIII, que fue ratificada tras la segunda caída, a pesar de la vergonzosa huída del Rey en cuanto el Emperador se acercó a París. Talleyrand facilitó la descripción anterior, sirviendo a Luis XVIII y luego a Carlos X. Llegó la Revolución y con ella la Monarquía de julio de 1830, con la caída de Carlos X y la subida al trono de Luis Felipe. Y el nuevo Rey escribió al cabo de un mes, el 5 de septiembre, a Talleyrand:
«Quiero tener el placer de anunciarle yo mismo que el Monitor de mañana anunciará un nombramiento que he hecho con la más viva satisfacción. Si mi embajador en Londres se encuentra libre mañana hacia las cuatro de la tarde, estaré encantado de que venga a verme»

Y así, Talleyrand pasó a servir a un nuevo Rey y Régimen.

Sólo me quedaba hacer los preparativos para la marcha. Abandoné París el 22 de septiembre- El 24 desembarcaba en Dover. (…) No ignoraba que [el Gobierno británico], a pesar del apresuramiento con que reconoció nuestra Revolución, no podía juzgarla de modo muy favorable, especialmente después de la sublevación de Bélgica, de la que tuve conocimiento en Calais.

Y es que el 25 de agosto de 1830 (casualmente la festividad de San Luis Rey de Francia) en Bruselas se había producido una sublevación contra el gobierno holandés, y tras diversos enfrentamientos durante septiembre, incluso con la toma de la ciudad, y posterior abandono, por las tropas holandesas, “pronto tomaron los acontecimientos un carácter más grave en Bélgica; la revuelta de Bruselas se convirtió en un levantamiento general del país y, bien por las faltas del gobierno, bien por el deseo de imitar lo que había ocurrido en Francia, se produjo una revolución tan completa como la nuestra, con esta notabilísima diferencia: que en Francia la revolución se había hecho en parte a consecuencia de las intromisiones del clero, en tanto que en Bélgica era el mismo clero el que la había excitado. Gran lección dada a los gobiernos, que debían aprender una vez más el doble peligro que existe en perseguir una religión en beneficio de otra, como se había hecho en los Países Bajos, o en introducir la religión en el gobierno, como se intentó hacer en Francia.

Se establecieron unas conferencias en Londres para tratar el tema, con presencia de plenipotenciarios de cinco cortes europeas (Reino Unido, Francia, Prusia, Austria y Rusia), llegándose finalmente a firmar con fecha del 20 de diciembre de 1830 (es decir, bastante rápido para lo que estamos acostumbrados), un Acta “que fecha la independencia de Bélgica”: “Los acontecimientos de los cuatro ultimos meses han demostrado que la amalgama completa y perfecta que las potencias querían realizar entre estos dos países no se había obtenido, que sería imposible de efectuar en lo sucesivo, que se encuentra de este modo destruido el mismo objetivo de la unión de Bélgica con Holanda y que desde este momento se hace indispensable recurrir a nuevos arreglos para llevar a cabo las intenciones de cuya ejecución esta unión debía servir de medio.
(…)
La conferencia se ocupará por tanto de discutir y concertar nuevos arreglos más adecuados a conciliar la independencia futura de Bélgica con las estipulaciones de los tratados, con los intereses y la seguridad de las otras potencias y con la conservación del equilibrio europeo.


Un problema que estuvo a punto de arruinar los trabajos fue la Jefatura de Estado de Bélgica. Finalmente, acabó siendo Leopoldo de Sajonia-Coburgo, quien se convirtió en Leopoldo I, Rey de los belgas (éste es el título y no Rey de Bélgica), el 21 de julio de 1831. Es decir, hace 179 años y un día.

Hace unas cinco semanas se realizaron elecciones generales en Bélgica, con el resultado de que los partidos secesionistas habían obtenido tan gran éxito que se ponía en riesgo la continuidad del país.

Y hoy, precisamente en La Haya, se ha hecho pública una resolución considerando si no legal, al menos, no contraria a derecho, la proclamación de la independencia de Kosovo (a pesar de todas las resoluciones anteriores que explícitamente la rechazaban).

¿Y todo esto tiene algo que ver con España? Pues como no sea que también estamos rodeados de ‘valones’ y flamencos… (pero aquí sin Brabante… ni bramante que lo cosa)

Créditos:
Portada y transcripción parcial del apartado 2 del capítulo XIII Cuestiones generales (febrero-marzo de 1815), según traducción de E.R.D.P., de El Congreso de Viena de Harold Nicolson (pp. 246-247).
Portada y transcripción parcial de la Décima Parte Revolución de 1830 (1830-1832), según traducción de Jesús García Tolsa, de Memorias de Charles Maurice de Talleyrand (pp. 343, 344 y 363)
Ambas obras son ediciones de 1985 de Sarpe para la colección Biblioteca de la Historia, números 28 y 62, respectivamente, y forman parte de la biblioteca del autor.

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