domingo, 12 de septiembre de 2010

Marcha alla turca

El duque de Osuna (en concreto, el III Duque, D. Pedro Téllez-Girón y Fernández de Velasco) es conocido, algo, tampoco mucho, en España, no precisamente por la Historia, sino por el circunstancial hecho de que tuviera a su servicio a D. Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez de Villegas; es decir, que se le “estudia” en las clases de literatura.

Y claro, poco más allá de que cayó en desgracia ante Felipe III, arrastrando a Quevedo, nada más se suele saber por el común de los españoles, y en este común, también me incluyo yo. Sin embargo, el III Duque de Osuna ofreció grandes trabajos a su nación, la cual, fiel a su costumbre, le recompensó con la calumnia, la prisión y el posterior olvido.

Siendo Virrey de Sicilia (a la que sacó de la más absoluta ruina, pero esto es otro tema), consiguió organizar a costa de su propio peculio, una armada de galeras y galeones con la que mantuvo a raya los esporádicos intentos que todavía realizaban en el Mediterráneo los turcos y berberiscos. Incluso, con autorización regia, armó naves corsarias con el mismo propósito, y, claro está, repartirse los botines conseguidos.

Entre las acciones más destacadas que ordenó fue el ataque preventivo (diríase ahora) contra la flota que los berberiscos estaban preparando para atacar a la Flota de Indias procedente de América, es decir, tonterías… pocas. Osuna “envió sus galeras al puerto tunecino e incendió en plena noche los barcos que los corsarios norteafricanos tenían listos para el ataque, y luego repitió la hazaña en La Goleta”.

Menos de cincuenta años después de que con Felipe II tuviera lugar la mayor ocasión que vieron los siglos. Otros cincuenta años después de que con Carlos I se consiguiera frenar el avance turco ante las murallas de Viena.

Y algo más de sesenta años antes de que, nuevamente, se consiguiera frenar el avance turco, también frente a Viena.

Y es que en España, por supuesto, y en general, en Europa Occidental, se había vivido muy feliz tras la suficiente tranquilidad posterior a Lepanto. Y nadie es consciente de que en fechas tan posteriores como en el año 1683, en pleno esplendor de, por ejemplo, Luis XIV, el Rey Sol, el destino de Europa hubiera podido ser muy diferente.

Ese verano, la artillería otomana ponía a prueba las murallas de Viena, última línea de resistencia que se encontraban, aunque, como hicieron dos siglos antes en Constantinopla, también intentaban salvarlas minándolas mediante numerosos túneles. Como entonces, era cuestión de tiempo.

Sin embargo, en esta ocasión, las súplicas del Papa, Alejandro VIII, tuvieron eco, no en Europa Occidental, sino en la Central y Oriental: el rey polaco Juan III Sobieski llegó a tiempo. Al amanecer del 12 de septiembre de 1683, el ejército polaco se lanzó sobre el confiado Gran Visir Kara Mustafá, y tras un caos que duró sus buenas quince horas, una postrera carga de la caballería polaca consiguió poner definitivamente en fuga los restos del ejército otomano, abandonando entre decenas de miles de cadáveres, armas, joyas y alimentos. En una recreación de Julio César, el católico rey polaco comunicó al Papa: “Llegué, ví y Dios venció”.

El dominio turco quedó limitado en territorio europeo a los Balcanes, viéndose más reducido aún poco después, tras la batalla de Zenta, donde, no el 12, sino un 11 de septiembre de 1697, el Príncipe Eugenio de Saboya, pudo recordar la alegría que había vivido, siendo un joven de 19 años, pocos años antes, ante los muros de Viena.

Del éxito ante las murallas de Viena podemos disfrutar ahora en la actualidad, aunque la gente lo ignore, tenga a gala despreciar su conocimiento, o incluso, lamente su origen.

Uno de los ‘recuerdos’ es gracias a las mercancías abandonadas por los turcos. Entre ellas se encontraba un gran acopio de café. Sin embargo, el café turco resultaba demasiado amargo para los gustos vieneses, por lo que, siguiendo las sugerencias del representante papal en la defensa de Viena, el monje Marco d’Aviano, se endulzó con leche y miel. En honor al monje y a la orden en la que profesaba, esta bebida es llamada, desde entonces, capuchino.

El otro recuerdo también es gastronómico, y también vinculado, de ordinario, al café. Es una creación de los pasteleros vieneses en conmemoración de la victoria, llamada en su momento Kipfel, en alemán, claro, pero popularizada tras su introducción en la corte francesa por María Antonieta, como croissant. No hace falta decir a qué debe esta creación su nombre y forma.

Otro resultado de esta victoria, aunque, por todo lo dicho, mucho menos consciente esta sociedad de ello, es que nos permitió, unos ochenta años después, que fuese tal como la conocemos la vida de un niño llamado Wolfgang Amadeus Mozart, cuyo contacto con la cultura turca ya pudo ser, simplemente, lúdica.

Sea al piano…







o con toda la orquesta.







Créditos:
Retrato de Pedro Téllez-Girón, III Duque de Osuna, de pintor anónimo del siglo XVII, tomado de la Wikipedia.
Juan III Podieski en la batalla de Viena, obra de Jerzy Siemiginowski-Eleuter (1686), tomado de la Wikipedia.
Datos y alguna transcripción de texto, tomados de La guerra del turco. España contra el Imperio Otomano. El choque de dos gigantes, de Fernando Martínez-Laínez, editado por EDAF, en junio de 2010.
Referencia histórica a la batalla de Viena, y datos al respecto, gracias a Great Stories from History for Every Day, de W.B. Marsh y Bruce Carrick.

4 comentarios:

  1. Cualquier día te cierran el blog por resultar ofensivo hacia los turcos. Como bien sabes, éstos son los paladines de la democracia y un pilar que sostiene la Alianza de las civilizaciones. Por si fuera poco, dentro de nada, van a terminar presidiendo la UE (sólo de pensarlo, me sale un sarpullido por todo el cuerpo).

    ResponderEliminar
  2. Hombre, Mozart tampoco lo hacía tan mal.
    Aunque lo de entrar en el serrallo...

    ResponderEliminar
  3. Gran ópera el Rapto del serrallo.

    Un apunte, tenía entendido que fue nuestro Gran Capitán el que inventó la técnica de volar las murallas minándolas mediante numerosos túneles.

    ResponderEliminar
  4. A lo que se ve, don Gonzalo fue un eficaz estudioso de las técnicas del enemigo. De todas formas, intentaré averiguar algo más.
    Un saludo.

    ResponderEliminar