lunes, 21 de febrero de 2011

Uno por uno, setenta y siete

Pero si se produjeran otros daños, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal.

Esto se puede leer en el libro del Éxodo, en los versículos 23 al 25 del capítulo 21. Es la forma extendida de la denominada Ley del Talión.

Se trata de un planteamiento social, no individual, es decir, la forma en que la sociedad aplica un castigo igual al daño ocasionado, y no más, en vez de la habitual referencia que suele hacerse como incitación a la venganza personal (el famoso, “ojo por ojo, y al final, todos ciegos”, o algo parecido).

Y es que en aquel entonces, la venganza (social o individual), no conocía más límites que la exterminación del agresor. Ejemplo de ello, con cifras cabalísticas, lo tenemos en el Génesis (capítulo 4, versículo 24): “Caín será vengado siete veces, pero Lámec lo será setenta y siete”, poco después de la expulsión de Caín del Edén, y su destierro “al este del Edén”.

En el Evangelio leído este pasado domingo se nos narra por San Mateo cómo Jesús sustituye la Ley del Talión por el ofrecimiento de la otra mejilla.

La sorpresa que me llevé fue que en la Homilía se expuso por don Enrique Benavent, Obispo auxiliar de la diócesis, no lo malo que pudiera ser la Ley del Talión, sino cómo ésta ya era un límite al ‘salvajismo’ de la gente aplicando la venganza, digamos que la puso ‘en contexto’, aunque no se remontó a Caín, como he hecho yo aquí.

Otra cosa a debatir es el cambio que puede considerarse en el hecho de que la Ley del Talión tuviera función social, no personal, y en cambio, la Ley de la Mejilla, tenga función personal, y no social.

Pero, por desgracia, la sociedad actual nos dará muchas oportunidades de vovler a este tema.

Créditos:
Citas bíblicas tomadas de la Nueva Biblia de Jerusalén, revisada y aumentada, editada en 1998 por Desclée De Brouwer.
Fotografía de Caín, de Fernand Cormon, obra de 1880, que se encuentra en el Museo de Orsay, en París, tomada en septiembre de 2008 por el autor.

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