viernes, 21 de octubre de 2011

206 años después… seguimos igual

No es justo cargar sólo a temas económicos y políticos todos los males acaecidos a la Armada española desde la llegada al Trono de la Casa de Borbón. Los desastres navales que se prodigan a partir de 1700 no fueron producto del azar. (…)
Y es que existen unos factores que han jugado un papel fundamental en este asunto, y que nos han llevado a adoptar posturas defensivas chocantes con las actitudes anteriores al advenimiento a la Casa de Borbón, que siempre fueron de total agresividad.
(…)
Las primeras Ordenanzas borbónicas que tuvo la Real Armada fueron las tan celebradas de Patiño. El gran Intendente las firmó en Cádiz en junio de 1717. (…)
Patiño, indudablemente, nos legó un código militar con la perdurabilidad de principios que debe caracterizarlo, pero sin el espíritu agresivo que tenían, por ejemplo, las Ordenanzas del Almirante de Aragón, Cabrera, que después de regresar de vencer a todo el Mediterráneo del siglo XIV –y traducida al inglés– fue adoptada en la Marina de Jacobo II cuatro siglos más tarde.
Decía Cabrera: que un "Capitán de Galera aragonesa atacará a dos enemigos; dos a tres; tres a cinco…" Aquí hay más que un artículo de una Ordenanza; hay un espíritu agresivo que hemos perdido en nuestra Marina. De este espíritu no hay nada en Patiño, sólo organización rudimentaria copiada de Colbert. El nuevo credo de Patiño fue un virus afrancesado que se introdujo en las sucesivas Ordenanzas. (…)
Y esta falta de actividad ofensiva fue creadora de un mal ambiente, nacido de la postración y poco adiestramiento por carencia de navegar. Decía Escaño: "práctica y más práctica de mar es lo que necesita el oficial de Marina"; pero en la Marina española del siglo XVIII se navegaba muy poco. Esta falta de estar en la mar y normalmente en época de guerra sufriendo bloqueos, provocó en multitud de ocasiones falta de instrucción y adiestramiento tanto de los oficiales como de las tripulaciones de nuestros buques de guerra, que es como decir que iban sin tener preparación para combatir.
Muchas más cosas se derivaron de esta falta de agresividad, de la que sobresale la poca moral y falta de confianza de los mandos y dotaciones, al saberse vencidos de antemano. (…)
Estas situaciones concretas están previstas en sendos artículos de nuestras Ordenanzas, que como otros muchos, fomentaron y crearon una mentalidad defensiva, que fue lo mismo que no llevar la iniciativa.
Lo grave ha sido que ese espíritu defensivo ha perdurado hasta nuestros días, salvo en contadas ocasiones en que resurgió la agresividad. Ejemplos claros los tenemos con las actitudes ofensivas llevadas a cabo por la Escuadra del Pacífico (1862-1866) y, recientemente entre 1936-39 por la Flota Nacional, donde ambas Flotas llevaron la iniciativa y, por tanto tuvieron todas las ventajas tácticas y estratégicas que se derivan de ella.
Hay que reconocer, por tanto, que desde el momento en que se inicia la Campaña naval de 1805, la Armada española juega con desventaja manifiesta respecto a los enemigos, al adoptar actitudes defensivas que indefectiblemente conducen al fracaso en bastantes coyunturas y, al final en Trafalgar ocurrió lo previsto.


No deja de llamar la atención que el aniversario del combate de Trafalgar, y esta visión sobre él, destacando el ambiente general de falta de agresividad ante el enemigo, y un mal ambiente y “poca moral y falta de confianza de mandos y dotaciones” en quienes tiene que combatirlo, derivado todo ello de decisiones políticas de Gobierno, coincida en esta ocasión con un ‘más de lo mismo’ en relación con la ETA.

Es decir, se “juega con desventaja manifiesta respecto a los enemigos, al adoptar actitudes defensivas que indefectiblemente conducen al fracaso”.

Créditos:
Extracto del Capítulo I Consideraciones preliminares, de la obra La razón de Trafalgar. La campaña naval de 1805. Un análisis crítico, de Hermenegildo Franco Castañón, Capitán de Navío, publicada por AF Editores en 2005 (pp. 26-31
Imagen del Combate de Trafalgar. Vista de la acción entre el «Santa Ana» y el «Royal Sovereign», óleo de Ángel Cortellini Sánchez existente en el Museo Naval de Madrid, tomada de la referida obra.

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