domingo, 18 de diciembre de 2011

Aguijoneados

Hace tiempo, César Vidal inició una serie de artículos, en el primero de los cuales nos contaba, como ha hecho desde entonces en numerosas ocasiones, unas anécdotas con rango de categoría, porque para eso las cuenta él. De una de ellas, decía lo siguiente:

La segunda anécdota quizá resulte incluso más reveladora. En los años sesenta del siglo pasado, Alfonso Paso era, con todos los merecimientos, el dramaturgo español de más éxito. Llegó a ver representadas a la vez hasta ocho obras en diferentes teatros de Madrid. Tanta era su fama que, de manera excepcional, se le abrió la posibilidad de estrenar en Broadway. Paso escogió para tan notable éxito una comedia titulada El canto de la cigarra. La obra era muy buena y había disfrutado de una gran acogida en España, pero en Estados Unidos fracasó estrepitosamente tan sólo por que los norteamericanos no la comprendían. ¿Razón? La comedia glorificaba la figura de un vago simpático y los norteamericanos no llegaban a captar quién podía ver como algo divertido la holganza.

Debo decir que en este caso, el articulista tiene razón. La diferencia conceptual y vital entre la cultura de los Estados Unidos de los Peregrinos y Padres Fundadores, y la de por aquí, no permite que allá arraiguen, siquiera en forma de obras artísticas, planteamientos holgazanes, que alaben la consecución de nada sin trabajo y esfuerzos honrados.

Por ello, los artistas de entonces, percatándose de ello, renunciaron a cualquier otro traslado cultural. Sin embargo, sí se dieron cuenta de una cosa: y es que el ambiente en España estaba empezando a cambiar, y resultaba atrayente todo lo que tuviera marca de allí, con independencia de sus connotaciones culturales.

Un grupo de bizarros artistas decidieron, en aplicación rigurosa de otra característica cultural hispana, el engaño y el apoderamiento de bienes ajenos, cambiar el planteamiento formal en las películas. Y tuvieron éxito, al menos, en un caso.

La trama va, lógicamente, de unos holgazanes, que se decican al mundo de las estafas, engaños y mentiras diversos. De este modo, no sólo mienten, sino que se apropian del dinero (principalmente) de otras personas o entidades, perjudicando de este modo a numerosos honrados ciudadanos que pagan sus impuestos. Por circunstancias propias del guión, la película nos muestra cómo, increíblemente, unen esfuerzos para, eso sí, timar, a lo grande, a una persona, ésta sí, dedicada a sacar adelante, trabajosamente, diversos negocios que tiene en la ciudad.

Lo astuto de aquellos artistas fue decidir que el envoltorio formal de la película presentara una apariencia extranjera, es decir, como si la película, claramente española con esa trama picaresca, fuera extranjera, y en concreto, estadounidense. Las esperanzas en el triunfo les llevó incluso a maquillar y disfrazar a los protagonistas como a famosos actores de allende los mares.

El éxito fue arrollador. Seguro que, aun siendo en realidad una película española, muchos de los lectores de este diario la han visto, aunque es posible que no la recuerden por su título inicial: en una guasa del guionista, recordando una tarde de verano en que holgaba en el campo, viendo cómo unas hormigas laboraban incansablemente llevando provisiones hacia el hormiguero, mientras el ruido, que no canto, de las cigarras no hacían sino atormentar a las probas hormigas; el guionista, digo, como castigo a esta actitud tan reprensible, fue picado por una avispa, y como contricción por ello, puso de título a la película El aguijón.

Por si aún queda algún despistado que no haya identificado la película, tal vez el principio de la misma le refresque la memoria.

Como digo, el éxito fue arrollador. Tanto, que incluso confundieron a la Academia ésa de Hollywood, con el resultado, increíble, de que la película ganó en 1973 siete Premios, entre ellos, el de Mejor Película, Mejor Director y ¡Mejor Guión original!

Si es que, lo que no consigan los engaños de los españoles…

Nota:
Por cierto, en su útlimo artículo, acerca de la separación de poderes, es tan contundente el rigor de sus argumentos que se ha visto obligado a aplicárselos rígidamente a él mismo, con el resultado de que quien escribe no revisa, y así, resulta que en el breve resumen inicial, en la referencia a ética del trabajo, el enlace dispuesto conduce al artículo De bancos y banqueros.

Tal vez sea una insinuación de que resultan necesarios tantos bancos porque este hombre… ya cansa.

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