viernes, 30 de diciembre de 2011

Entre pillos anda el juego

Parece ser que los habitantes de Eatanswill, al igual que los de casi todas las ciudades pequeñas, se conceden a sí mismos considerable importancia, y que cada uno de ellos estaba profundamente convencido de que era imprescindible demostrar esta importancia perteneciendo en cuerpo y alma a la ideología de alguno de los dos grandes partidos que se repartían su influencia en la ciudad: el partido azul y el partido amarillo. Los adictos al primero aprovechaban cada una de las ocasiones que se les ofrecían propicias para desacreditar a los partidarios del segundo, y éstos les correspondían actuando en forma idéntica contra los que no eran de su color. Las muchas e inevitables veces en que se encontraban mutuamente enfrentados en actos públicos, Ayuntamiento, mercado o ferias, difícilmente dejaban de zaherirse con abundantes pullas y expresiones muy poco amables. Creemos obvio añadir que, con tales vehemencias, todas las cuestiones adquirían un matiz político en Eatanswill. Se clasificaban en azules y amarillas todas las tiendas, posadas, agrupaciones, etc., y hasta la misma iglesia poseía su nave azul y otra amarilla.
(…)
Míster Pickwick había escogido con su proverbial sagacidad un momento particularmente álgido en aquella sempiterna pugna, considerándolo altamente ilustrativo para un visitante deseoso de información. Hacía muchos años que no se enfrentaban candidatos tan destacados: Samuel Slumkey, de Slumkey Hall, representaba a los azules, mientras que los amarillos estaban capitaneados por Horacio Fizkin, de Fizkin Lodge.
(…) Había un grupo de gente desocupada que, apiñada en la acera, miraba a un hombre que se asomaba a una ventana y hablaba frenéticamente en favor de Samuel Slumkey; pero la fogosidad de su discurso quedaba ahogada por el estruendo batir de cuatro tambores apostados en una esquina próxima por los del comité de Horacio Fizkin.
(…)
- ¡Bien venido, querido amigo! –saludó viendo entrar a míster Pickwick–. Veo que al fin se ha decidido. Viene para asistir a la elección, ¿verdad?
- Así es, amigo. Para eso venimos.
- La lucha se prevé reñidísima esta vez.
- Tanto mejor. Veremos de este modo una más viva demostración de fervor patriótico, toda la nobleza de estas cívicas lides. ¿Tan apasionada es esta vez la pugna, entonces?
- ¡Más que nunca! –aseguró el agente–. Tenemos intervenidas todas las tabernas, y sólo hemos dejado las cervecerías para el uso de nuestros adversarios. ¿No le parece una buena jugada?
- Tal vez. Pero, ¿es que no están seguros del resultado?
- Sólo a medias, míster Pickwick, sólo a medias. Los fanáticos de Fizkin han encerrado a treinta y tres electores en las cuadras de El Ciervo Blanco.
- ¿Dijo usted en las cuadras?
- Sí. Los mantienen así bajo custodia hasta el momento preciso, evitando que podamos apropiarnos de ellos; aunque de nada nos servirán caso de lograrlo, porque los han emborrachado a fondo. Fizkin tiene un agente más listo que el diablo.
Míster Pickwick abrió unos ojos muy redondos, pero calló su asombro una vez más.
- Tenemos, sin embargo, otras cartas en juego –explicó volublemente míster Perker–. Ayer por la tarde organizamos un té al que invitamos a cuarenta y cinco señoras, y las obsequiamos una por una con una magnífica sombrilla verde…
- Dijo usted que… ¿una sombrilla?
- En efecto, amigo. Fueron cuarenta y cinco piezas a siete chelines y seis peniques cada una. Todas las mujeres son sensibles al lujo y a los regalos, y ello nos ha valido la adhesión de todos sus maridos, y la mitad de sus hermanos. No me niegue que el sacrificio valía la pena. Lo mismo da que haga sol o llueva y hasta si graniza, pero nadie podrá asomarse a la calle sin ver al menos pasar media docena de sombrillas verdes…
Y míster Perker estalló en violentas carcajadas.

Hoy se cumplen cuarenta días desde que en España tuvimos elecciones generales. La intensidad de la campaña electoral no resultó exactamente igual que la que nos cuenta Charles Dickens, causalmente o no, en el capítulo número 13 de su obra Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero desde luego, el resultado sí puede decirse que resultó bastante aproximado.

Los discursos de ambos contendientes, aunque sustentando muy distintas opiniones, coincidieron en ensalzar el mérito y las virtudes cívicas de los ciudadanos de Eatanswill, a los que con igual fervor atribuyeron absoluta madurez y primacía política entre todas las comunidades humanas del Reino Unido.
También se dedicaron recíprocos párrafos sutilmente mordaces para la idea contraria y sus catastróficos resultados si, por un error de los electores, llegara a gobernar, al tiempo que comparaban semejante y negro presagio con el contraste que representaría el triunfo del partido propio y respectivo, cuyas correspondientes ventajas coincidían también por curiosa casualidad en proteger ante todo el comercio, la industria y la prosperidad de Eatanswill.
Se verificó la votación por medio de manos levantadas, que el alcalde juzgó favorable a Slumkey. Fizkin impugnó el sistema y exigió un escrutinio, que le fue concedido.
Toda la población permaneció en vilo mientras se procedía al acto, que se llevó a cabo con toda liberalidad. Las tabernas vendían sus productos considerablemente baratos, y conocieron una afluencia de público completamente desusada. Hubo que improvisar un servicio municipal de recogida de ciudadanos atacados por una inesperada epidemia de mareos, cuyos componentes no andaban nada rectos y recorrían incesantemente toda la ciudad. Hubo varios casos de electores que se esperaron al último momento para dar su voto; se trataba de gente calculadora o vacilante, a los que hubo que cazar uno a uno. Como sea que Slumkey demostró más habilidad en este último juego, logró reunirles y arengarles con un discurso casi personalmetne dedicado a ellos, terminó colocándolos en su platillo y la balanza cayó definitivamente de su lado. Había vencido el color azul, representado por Samuel Slumkey, de Slumkey Hall.

Créditos:
Extractos del Capítulo Decimotercero (Noticias sobre Eatanswill y sus partidos políticos. Elección de un candidato para representar ante el Parlamento a la histórica, fiel y patriótica ciudad), de la obra de Charles Dickens Los papeles póstumos del Club Pickwick, según traducción de A. Ferrer, en edición de diciembre de 1973 de Editorial Bruguera, como número 119 de su colección Libro Clásico (pp. 179-183, y 192-193)
Planas correspondientes al episodio de las elecciones en Eatanswill, del tebeo Los papeles póstumos del Club Pickwick (I), publicado en 1978 por Editorial Bruguera, como nº 199 de la colección Joyas literarias juveniles, según adaptación de Juan Manuel González Cremona e ilustraciones de Tomás Porto del Vado, y recogido en el volumen número 40 de la nueva colección Joyas literarias juveniles, publicada por Editorial Planeta entre 2009 y 2010.

2 comentarios:

  1. Ja, ja... Buenísima la cita y, como siempre, la sutil ironía de Dickens...

    Por cierto, que, aunque ya sea día 2, aprovecho para desearte, junto a tus lectores, un buen 2012..., a pesar de los malos augurios. Al menos, nos queda el humor y la buena literatura. ¡Feliz Año Nuevo!

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  2. Muchas gracias, María.
    Lo mismo te deseo, y tienes razón, aún nos queda el humor y la buena literatura.
    Un saludo.

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