lunes, 13 de febrero de 2012

Escribir: ¡qué fácil! (o no)

- No importa, preciosidad. ¿Puede servirme mientras tanto un vaso de aguardiente que no pase de nueve peniques y prestarme un tintero?
Sam se instaló en una mesa junto al fuego; la muchacha le trajo la bebida y el tintero y arregló el rescoldo antes de marcharse, llevándose el atizador para que nadie sin permiso de la casa se permitiera modificar el grado de calor previsto para aquella hora. Sam limpió entonces la superficie de la mesa con su manga, en previsión de que contuviera migas; sacó el papel cuidadosamente arrollado, miró la pluma, en busca de invisibles pelos o impurezas, destapó el tintero y estirando sus brazos dentro de las mangas de la chaqueta, apuntaló los codos contra la mesa y se preparó a escribir.
Supone esto una operación evidentemente complicada para las personas poco dadas a sostener una pluma entre sus dedos. Suelen agachar la cabeza rozando la oreja sobre el brazo izquierdo, teniendo la superficie del papel casi a su mismo nivel y observando de reojo las letras que van dibujando, mientras asoman la punta de la lengua y la retuercen contenidamente, siguiendo con su gesto los caracteres que pretenden plasmar. Tales supuestas ayudas consiguen tan sólo retrasar, en realidad, el espontáneo gesto de la mano; y fue así que Sam llevaba por lo menos una hora y media peleándose con una diminuta escritura, emborronando con la punta del meñique sus muchos fracasos y sustituyéndolos por nuevos signos colocados encima, cuando le sobresaltó la llegada de su padre empujando la puerta.
- ¡Hola, Sammy! –saludó el anciano.
- ¡Hola, prodigioso autor de mis días! –contestó Sam dejando a un lado la pesada pluma.

Ya sabíamos que Sam Weller escribió una carta. Ahora, sabemos cómo fue su proceso, perfectamente descrito por Charles Dickens. Ya sabremos del tema, y de la revisión y depuración de la misma.

Pero, de momento, y sin que se desprenda de ello referencia alguna a la forma de escribir de ninguno de los escritores recientemente mencionados en estas páginas, dejémoslo así.

Créditos:
Extracto del Capítulo XXXIII de la obra de Charles Dickens Los papeles póstumos del Club Pickwick, según traducción de A. Ferrer, en edición de diciembre de 1973 de Editorial Bruguera, como número 119 de su colección Libro Clásico (pp. 504-505).

2 comentarios:

  1. Cómo me gusta Sam Weller... Le comprendo perfectamente: escribir con una pluma de ave, sea ganso o garzón, tiene que ser difícil... Fíjate que incluso el mejor escribano echa un borrón...
    Ahora me quedo con ganas de releer Los papeles...

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  2. Pues como decían en unos dibujos animados de hace años "No se vayan, aún hay más".

    Un saludo.

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