lunes, 23 de abril de 2012

Día a día, aun rozados, hay cariño

Los libros estaban alineados en el suelo, apoyados contra los cortes delanteros y con los lomos bien a la vista. Juntos formaban un mosaico de pieles, cartones, telas y pergaminos de tamaños variados. Los florones y los tejuelos de las encuadernaciones más lujosas tachonaban las hileras con incrustaciones doradas. Los nervios les daban relieve y los entrenervios, color. Abundaban los tonos oscuros, sobre todo el negro y el azul marino, pero de vez en cuando chispeaban a la vista los rojos, los verdes y los amarillos. Ocupaban el suelo de toda la habitación. Silverio se sentó en una mecedora de enea, cerca de la puerta, junto a una pila de contenedores de plástico con cierres herméticos que había comprado en Madrid para la ocasión. No quería que ninguna otra plaga de insectos volviera a darse un banquete de celulosa a costa de aquellos ejemplares que estaban bajo su custodia. La encargada del almacén le acercaba los volúmenes de cinco en cinco, él les echaba un vistazo detenido y los clasificaba de acuerdo con su estado de conservación.(…) Pasaron por sus manos, durante varias horas, códigos, tratados, monografías, compilaciones, enciclopedias y, de vez en cuando, alguna rareza bibliográfica que llamaba la atención por la antigüedad o la belleza de sus cubiertas. Un ejemplar del siglo XVIII, Viage al Estrecho de Magallanes, de Pedro Sarmiento de Gamboa, le impresionó poderosamente. Sus páginas interiores, hechas con fibra de algodón, tenían la misma textura que los billetes de curso legal y habían resistido la voracidad de la plaga con orgullosa impunidad. El libro estaba en perfecto estado. Lo hojéo sin ninguna prisa y se entretuvo leyendo un sobrio relato que el autor había detallado en su bitácora.

Abrió la bolsa y extrajo su contenido. A los pocos segundos tenía entre sus manos un ejemplar único, una joya bibliográfica nunca vista hasta entonces. Se trataba de un manuscrito de poco más de treinta centímetros de largo y casi veinticinco de ancho. La cubierta era una placa de madera, forrada con piel de distintos colores y decorada con relieves de marfil, plata y oro. Tenía engarzadas esmeraldas, rubíes, zafiros y perlas, Estaba en un excelente estado de conservación. (…)
Con una extremada delicadeza fue pasando uno a uno los gruesos pergaminos de color púrpura. Eran hojas rectangulares dobladas por la mitad y metidas unas dentro de otras. Estaban cosidas por su doblez. Algunas de ellas estaban iluminadas por miniaturas de impresionante expresividad dibujadas con pigmentos de minio. Las letras capitulares estaban decoradas con peces y pájaros de colores rojos, amarillos y verdes. El texto, en latín, estaba escrito a tres columnas con letras de plata en minúscula visigótica. Daba la impresión de que era un mero pretexto para la creación de una excelsa obras de arte.

Todo indica que fueron estos párrafos de su novela los que indujeron a preguntar a Luis Herrero en la reunión del Club de Lectura de Ámbito Cultural de El Corte Inglés si se debían a su carácter bibliófilo.

En cualquier caso, su carácter amable quedó acreditado al aceptar firmar en un ejemplar (éste del siglo XXI) del Viage.

¡Ah! Sobre su bibliofilia, dijo que su aprecio por los libros no llegaba a esos niveles.

Créditos:
Extractos de la obra de Luis Herrero-Tejedor Algar Los días entre el mar y la muerte, editada en mayo de 2011 por La esfera de los libros (pp. 103-104 y 334).

Portada y dedicatoria en el ejemplar, Viage al Estrecho de Magallanes por el Capitan Pedro Sarmiento de Gambóa en los años de 1579 y 1580 y Noticia de la expedicion que despues hizo para poblarle, impreso en Madrid, en 1768, en la Imprenta Real de la Gazeta, de la edición facsímil realizada por JdeJ Editores en 2011.

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