lunes, 24 de diciembre de 2012

Leyendo (bien) las Escrituras

María puso a su niño recién nacido en un pesebre (cf. Lc 2,7). De aquí se ha deducido con razón que Jesús nació en un establo, en un ambiente poco acogedor –estaríamos tentados de decir: indigno–, pero que ofrecía en todo caso la discreción necesaria para el santo evento. En la región en torno a Belén se usan desde siempre grutas como establo.
(…)
María envolvió al niño en pañales. Podemos imaginar sin sensiblería alguna con cuánto amor esperaba María su hora y preparaba el nacimiento de su hijo.
(…)
Como se ha dicho, el pesebre hace pensar en los animales, pues es ahí donde comen. En el Evangelio no se habla en este caso de animales. Pero la meditación guiada por la fe, leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento relacionados entre sí, ha colmado muy pronto esta laguna (…)


En la singular conexión entre Isaías 1,3, Hababuc 3,2, Éxodo 25, 18-20 y el pesebre, aparecen por tanto los dos animales como una representación de la humanidad, de por sí desprovista de entendimiento, pero que ante el Niño, ante la humilde aparición de Dios en el establo, llega al conocimiento y, en la pobreza de este nacimiento, recibe la epifanía, que ahora enseña a todos a ver. La iconografía cristiana ha captado ya muy pronto este motivo. Ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y al asno.

Créditos:
Extractos del Capítulo III Nacimiento de Jesús en Belén, de la obra La infancia de Jesús, de Joseph Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI, según traducción de J. Fernando del Río, tomados de la segunda impresión de la primera edición, realizada por Editorial Planeta, en diciembre de 2012 (pp.74-77).
Fotografía del Nacimiento expuesto en el Catedral de Berlín (luterana), en enero de 2010, del autor.

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