jueves, 27 de diciembre de 2012

Selección de… autor

Intentó también la tierra crear muchos seres monstruosos, extrañamente formados en la faz y los miembros, como el andrógino, medio hombre y medio mujer, pero distinto del uno y de la otra; animales sin pies o privados de manos; otros mudos, sin boca, o ciegos y sin cara, o impedidos por tener todos los miembros adheridos al cuerpo, de modo que ni pudieran hacer nada, ni tan sólo moverse, ni huir de un peligro, ni coger lo que exigiera la necesidad. Otros monstruos y portentos de este tipo iba creando, pero en vano, pues la Naturaleza les impidió medrar y no pudieron alcanzar la deseada flor de la edad, ni encontrar alimentos, ni ayuntarse por las artes de Venus. Vemos, en efecto, que han de concurrir muchas circunstancias para que las cosas puedan reproducirse y propagar su especie; primero debe haber pastos; luego un conducto a través del organismo por donde el semen genital pueda manar de los miembros relajados; y para que la hembra pueda unirse a los machos, deben tener órganos por los que intercambien mutuos goces.
Necesario es que entonces se extinguieran muchas especies de animales y no pudieran, reproduciéndose, forjar nueva prole. Pues todas las que ves nutrirse de las auras vitales, poseen o astucia o fuerza o, en fin, agilidad, que han protegido y preservado su especie desde el principio de su existencia. Muchas hay que por su utilidad nos son encomendadas a nosotros, confiadas a nuestra tutela.
En primer lugar, la valentía ha defendido la violenta raza de los leones, especie cruel; la astucia, a las zorras; la rapidez, a los ciervos. Pero los canes, de sueño leve y fiel corazón, todas la especie engendrada por el semen de las bestias de carga, los rebaños de lanosas ovejas y los bueyes cornudos, han sido todas, Memmio, confiadas a la tutela del hombre; pues ansiaban huir de las fieras, en busca de la paz y de ricos pastos adquiridos sin pena, que es lo que nosotros les damos en premio a sus servicios. Pero aquellos a quienes la Naturaleza no concedió ninguno de estos dones, de modo que ni podían vivir por sí mismos ni sernos de utilidad alguna a cambio de la cual concediéramos a su especie pastos y protección bajo nuestra vigilancia, sin duda todos quedaban como presa y botín de los otros, impedidos por sus trabas fatales, hasta que la Naturaleza hubo cumplido la extinción de su raza.

Tal día como hoy, un 27 de diciembre, pero de 1831, zarpaba de Plymouth el HMS Beagle, llevando a bordo a Charles Darwin, a quien, el viaje de cinco años le dio datos e información que acabaron dando forma a su teoría del origen de las especies por medio de la selección natural.

El texto anterior, sin embargo, no es de Darwin, sino de Tito Lucrecio Caro, quien vivió unos diecinueve siglos antes de la publicación de la famosa obra acerca del origen de las especies.

Y es que no hay nada como ser un adelantado en cuestiones de ciencia.

Créditos:
Extracto del Liber Qvintvs de la obra De rerum natura (De la naturaleza), de Tito Lucrecio Caro, según traducción de Eduard Valentí Fiol, tomado de la edición realizada por Acantilado en diciembre de 2012 (pp. 473-475).
Fotografía de la estatua sedente de Charles Robert Darwin, en el Museo de Historia Natural de Londres, en septiembre de 2012, del autor.

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