domingo, 16 de junio de 2013

Cuando lo que cuesta no es saber las cosas, sino decirlas

Todos los jueces quedaron admirados por el profundo y sutil discernimiento de Zadig: la nueva llegó hasta el rey y la reina. En la antecámara, en la cámara y en gabinete no se hablaba de otra cosa que de Zadig; y aunque varios magos opinasen que debían quemarlo por brujo, el rey ordenó que se le devolviese la multa de cuatrocientas onzas de oro a que había sido condenado. El escribano, los ujieres y los procuradores fueron a su casa con gran pompa para devolverle sus cuatrocientas onzas; de ellas sólo se quedaron con trescientas noventa y ocho en concepto de costas judiciales, y los escribanos exigieron sus honorarios.
Viendo Zadig cuán peligroso es a veces ser demasiaado sabio, se prometió, en la primera ocasión, no decir nada de lo que había visto.

Como puede observarse, lo de las costas judiciales no es sólo de aquí, ni de hoy.

Créditos:
Imagen de la sobrecubierta de The Best of Sherlock Holmes, antología de relatos de Sir Arthur Conan Doyle, editada por CRW Publishing Limited en el sello Collector’s Library en 2009, de la hemeroteca del autor.
Extracto del capítulo III El perro y el caballo, de Zadig, o el destino, relato de Voltaire incluido en Cuentos completos en prosa y verso, según traducción de Mauro Armiño, tomado de la edición de éste publicada por Círculo de Lectores en 2006.

2 comentarios:

  1. Ja, ja... Buena moraleja final. Me recuerda aquella "maldición gitana" de juicios tengas... Y los ganes...

    Un saludo

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  2. MGae:
    aunque, en muchos casos, lo difícil es sobrevivir hasta el final del pleito.

    Un saludo.

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