sábado, 25 de enero de 2014

¿Veremos que recobren la vista?

Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y todos a una se abalanzaron sobre él; le arrastraron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos depusieron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y diciendo esto, se durmió.

Según nos narra la escena San Lucas, el “joven llamado Saulo” se limitó a presenciar cómo San Esteban era lapidado. Razonablemente, habría otras personas con la misma actitud; San Lucas ni las menciona ni nos narra nada sobre ellas, pero, sin embargo, sí presta atención al joven Saulo: “Saulo aprobaba su muerte”, nos dice justo a continuación, lacónicamente, y continúa:
Aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén. Todos se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría, a excepción de los apóstoles.
Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él.
Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel.

Un tiempo después, Saulo para proseguir las detenciones, se dirigió a Damasco, donde ya sabemos qué sucedió en el camino.

¿Y qué sucedió en Damasco?

Pues que: “Había en Damasco un discípulo llamado Ananías” a quien el Señor envió al encuentro de Saulo para que éste recobrara la vista, aunque “respondió Ananías: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que aquí tiene poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre.»” Sin embargo, ante la respuesta del Señor, “fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y te llenes del Espíritu Santo.» Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado.

Como podemos ver, por muy simplificado que esté el relato de San Lucas para recoger lo esencial, no se nos dice que Ananías fuera a ver a Saulo para reclamar venganza, ni siquiera justicia; es más, tampoco se nos dice que Saulo le contestara mostrándole su arrepentimiento y pidiéndole perdón. De hecho, cuando Saulo “se puso a predicar a Jesús en las sinagogas” fue un tiempo después.

Tampoco se nos dice que Ananías fuera objeto de críticas y desprecios por hablar con quien había causado “muchos males”, y, además, diciéndole “hermano”.

Pero bueno, ya sabemos que hay quienes están como Saulo aquellos tres días, quien “aunque tenía sus ojos bien abiertos, no veía nada”, y, tal vez por hechos como éstos, consideran los Evangelios y la Biblia en general, como obras de ficción.

Créditos:
Extractos de los Hechos de los Apóstoles (7, 57-60; 8, 1-3; y 9, 10, 13-14, 17-18 y 8), tomados de la Nueva Biblia de Jerusalén, revisada y aumentada, editada en 1998 por Desclée De Brouwer, de la biblioteca del autor.
Fotografía de la Conversión de San Pablo, óleo sobre tabla de Vicente Macip (principios del XVI), en el museo de la Catedral de Valencia, en agosto de 2010, del autor.

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